Es asombroso el vuelco que puede dar la política en poco tiempo. Para los sempiternos críticos generalistas de la democracia, España es un contraejemplo que debería ponerse en valor. De entrada, es preciso reconocer la visión y el arrojo de los protagonistas para dar la vuelta a una situación política en España que se presumía estable hasta final de la legislatura. Y esto ha ocurrido en la despreciada y minusvalorada democracia española. El desencadenante de la moción de censura fue una sentencia sobre la corrupción pero había dos factores subyacentes, a mi entender imprescindibles, que en parte derivan del mismo problema que no es otro que el desafío independentista. El primero es que, por primera vez, los desafíos a la ley y los incumplimientos han tenido un coste para los transgresores. No podían pensar los dirigentes del procés que terminarían en la cárcel o iban a ser procesados con unas inciertas pero probables consecuencias penales. La cárcel ilumina extraordinariamente el entendimiento. El segundo factor es el ascenso en resultados en Cataluña y en expectativas electorales en el resto del país de Ciudadanos. Las expectativas que señalaban los sondeos para este grupo pusieron nervioso a casi todo el arco político por diversas razones, de manera que la moción reunió el apoyo de grupos de lo más dispar.

Resultado: en la denostada democracia española el sistema democrático funcionó y se echó a un gobierno corrupto. ¿Qué ocurre en la república medieval catalana? Pues ahí la corrupción se premia y los corruptos gobiernan. En pocos días, el 6 y el 7 de este mes, se va a cumplir un año del golpe contra las instituciones democráticas catalanas. Recordemos qué características institucionales iba a tener esa república: no hay separación de poderes, dos entidades ciudadanas, que no se presentan a elecciones, la Asamblea Nacional Catalana y Omnium cultural (¿¿??), asumen la tarea de representación política de la ciudadanía, que ve burlada su capacidad parlamentaria. Esta especie de soviets pequeñoburgueses tienen capacidad decisora informal pero real en el Gobierno catalán, la ley se elimina incluso incumpliendo sus propias normas, a conveniencia, en fin, todo un rosario de elementos del Antiguo Régimen, absolutamente medieval. Y para los que osen incumplir su ley tienen la estaca del meloso cantautor. Amén de la ideología supremacista y totalista que transpira todo ese proyecto.

Todo el mundo es consciente, empezando por el propio Gobierno de España de su precariedad parlamentaria. En mi opinión, no pueden esperarse cambios sustanciales en el sistema socioeconómico en este incierto periodo de menos de media legislatura, en el mejor de los casos. De hecho, algunas cifras, dada la inercia estructural, pueden incluso empeorar en este año o año y medio, como por ejemplo el volumen de deuda pública. Es muy posible que la ciudadanía en estas cuestiones sea compresiva de las dificultades y no excesivamente crítica por más que la jalee la oposición.

Sin embargo, con el tema catalán está ya muy harta y ya ha conocido un camino de alivio que fue el 155. Posiblemente la estrategia del Gobierno de dialogar (lo llamaremos así) y de buscar puntos de encuentro pueda reducir la tensión y eliminar argumentos falsos, incluso dividir a ese bloque irracional, pero que tenga cuidado y no se equivoque en los gestos y en las concesiones.

El PSOE no ofrece ninguna duda sobre la lealtad constitucional y la unidad territorial. Es más ha sido el principal garante y constructor de la misma, diga lo que diga la derecha. Pero las ambigüedades del PSC, su equidistancia en muchas cuestiones, son otra cosa. Y deberían haber aprendido: aquel anuncio de indultar a los golpistas le costó, según se publicó, 100.000 votos. Eso en Cataluña, en el resto de España seguro que también hubiera tenido un coste.

Cuando Zapatero le tendió la mano a Maragall con el Estatut, este le cogió hasta el hombro. Pues eso: sean prudentes, no se fíen de quienes no son de fiar. El problema es grave, tiene raíces profundas, que se han plantado durante más de 30 años. Cambiar la mentalidad de quienes han vivido en una burbuja y han hecho de ese asunto poco menos que su proyecto vital, requerirá un bastante largo periodo. No piensen en resolverlo en poco tiempo y, sobre todo, no crean que lo van a poder resolver con concesiones.

*Profesor de la Facultad de Ciencias Sociales y del Trabajo de la Universidad de Zaragoza