Una de mis teorías, con la que casi nadie está de acuerdo, sostiene que entre el PSOE y Unidas Podemos no hay nada que ver, apenas puntos en común, muy pocas coincidencias ideológicas. Los socialistas de Pedro Sánchez se encuentran instalados en una plácida socialdemocracia integrada en la Europa de los mercados y el statu quo. Los podemistas de Pablo Iglesias representan una izquierda utópica, marcada por la demagogia y el anacronismo histórico (creyendo ser los más modernos, son antiguos). Si a sus distancias programáticas y retóricas sumamos la inquina personal que se practican sus inmaduros líderes, el resultado es lógicamente el desacuerdo. Su consecuencia, el desconcierto.

Así, desconcertada, ha despertado hoy la vieja y madura España. Cabreada, además, por la pérdida de tiempo y valor que supone seguir padeciendo un Gobierno en funciones hasta el 10 de noviembre y quién sabe hasta cuándo... La obvia y creciente sensación de desapego de la gente hacia la casta dirigente tiene su explicación, creo, en otra teoría mía, esta sí más compartida: los políticos españoles están claramente por debajo del nivel de la sociedad a la que dicen representar.

Así, el Congreso se está llenando de cínicos (Aitor Esteban), horteras (Gabriel Rufián), intolerantes (Cayetana Álvarez de Toledo), franquistas (Santiago Abascal), bananeros (Alberto Rodríguez) y una larga lista de especies de un nuevo animalario o bestiario político que se entiende a dentelladas, siendo incapaces, en su salvaje convivencia, hasta de cumplir sus propias promesas, pues no se ha reformado la ley electoral ni la Constitución, ni se ha cerrado pacto ninguno de Estado sobre Cataluña, la emigración, Venezuela, la educación o cualquier otro asunto de interés general.

Con esta peña tan ricamente aposentada, la política madrileña se ha convertido en una parodia, degradándose en sus principios participativos y degradando al pueblo español a la categoría de votante ovino, 40 millones de votos cautivos que otra vez serán arreados al pesebre electoral, a ver si esta vez hay suerte y a sus rumiantes señorías les corresponde la debida porción de pienso.

Muy triste.