Da igual el camino que escojas. Da igual si tomas la Gran Vía para llegar hasta la Romareda o si lo haces siguiendo calles secundarias de aceras estrechas. No importa en qué parada te subas al tranvía o en qué esquina de la plaza de Aragón te sientes a ver cómo avanza la ciudad, que a veces parece dormida y otras es un murmullo de caras sin sonrisas. Y da igual dónde lo hagas o cómo, me refiero que da igual el ángulo que elijas para mirar tu ciudad, porque enseguida adviertes que hemos sobrevivido a un año que nos parecía impensable hace un año y ahora un año después no nos hemos convertido en mejores personas. De eso no cabe duda. Tampoco somos peores personas, simplemente somos las mismas personas con más miedo, más vulnerables y mucho más cansadas y eso no es bueno. Hay quien dice que la pandemia nos deja cosas buenas, quizá en los años que están por venir, pero en general no somos mejores, porque tenemos miedo y guardamos en la retina la pesadilla de los días que eran calcamonías de otros días, solo pendientes del número de muertos, del número de personas infectadas, del estado de nuestra sanidad pública, de la situación de nuestros padres y abuelas, que se nos iban marchando en una suerte de sainete ácido y cruel.

Y poco a poco hemos ido desatando lazos en todos los rincones, al entender que el alma se desviste sola y en los paisajes que eran los nuestros encontramos tantas ausencias que ya no sabemos cómo arañar al llanto o de qué forma borrar la niebla que se ha instalado en nuestros pensamientos que son de prisa y sin previsión; anodinos e incoloros.

Puede que después de después llegue el día y puede que no sea tarde para combinar tu sabiduría con mi intuición; tu alegría con mi sosiego; tu comprensión con mi risa; tu estar con mi ser y juntos conjurar a todos los dioses para que nos libren de los tontos y de todos aquellos que se creen herederos de una estirpe que les hizo sentirse superiores y les permite hablarnos a gritos, con frases llenas de calumnias y construidas a base de contradicciones que solo buscan herir nuestra sensibilidad para, a través de esa herida, hacer que confundamos la libertad con lo pueril de determinadas elecciones personales, que muy poco tienen que ver con nuestra libertad.

Da igual si te quedas a mi lado o construyes tu lado desde el ángulo que nos sirve de espejo y nos enseña cuáles son las imágenes que ya no queremos ver reflejadas. Suena tu voz y en el jardín han crecido las rosas y tu voz, que nada tiene que ver con los gritos ni con los insultos ni con las frases ampulosas y llenas de basura, de repente se hace inmortal. Y ya sí da igual, porque todo da igual.