Puedes convencerte de que no lo estás escuchando o puedes imaginar que no es un grito de auxilio. Puedes mirar para otro lado. Puedes pensar que cuando te gires ya no seguirá ahí. Puedes dar un pequeño salto y pasar. Puedes coger otro camino o puedes dar un rodeo. Puede ser alguien que necesita ayuda. O alguien que está asustado. Quizá es alguien que se acaba de caer y sigue tendido en el suelo. Puede ser cualquiera. lncluso puedes ser tú. Pero resulta que tú estás ahí. Al otro lado. Tienes delante cualquiera de esas situaciones. Y tienes varias opciones que, en realidad, se resumen en dos: mirar y pasar de largo o echar una mano. Solo dos opciones. Y solo una debería ser válida. Pero tienes dos. Y tienes que elegir. La primera supone no hacer nada. La segunda supone implicarte, dejar de observar y pasar a la acción. Y quizá si escoges esta última seas una excepción. Porque puede que el resto de personas a tu alrededor estén paralizadas. Nunca se sabe cómo vas a reaccionar ante una situación de emergencia de cualquier naturaleza.

El otro día un compañero de El Objetivo, Alex, me contó que en psicología existe una teoría que explica por qué mucha gente se queda en la primera opción, es decir, por qué muchos se quedan quietos. Es la teoría de la dispersión de la responsabilidad y supone que la obligación de prestar ayuda y la culpa de no prestarla quedan diluidas entre la multitud que observa el incidente. Es algo así como pensar: "Ya habrá otro que reaccione". Está basada en un caso bastante conocido en Estados Unidos que tuvo como protagonista a Kitty Genovese. La joven fue apuñalada en Nueva York, en plena calle, y a pesar de los gritos que lanzó durante el terrible crimen ningún vecino hizo nada. Se limitaron a observar --horrorizados, suponemos-- la escena desde sus ventanas. Cuando la policía preguntó a los testigos, muchos aseguraron que no hicieron nada porque pensaron que quizá otra persona reaccionaría. The New York Times llegó a asegurar en uno de los artículos sobre el incidente: "Treinta y ocho personas, respetables vecinos del barrio de Queens, vieron un asesinato y no llamaron a la policía". Después aquella afirmación se matizó, pero fue casi peor. Algunos de los vecinos aseguraron que no supieron que los gritos se debían a aquello sino que pensaron que podía ser una pelea. Hubo uno que incluso llegó a reconocer que puso la radio para no escuchar los gritos de aquella joven. No quería implicarse. Se llamaba Kitty, era de Nueva York y ocurrió hace 50 años. Pero puede ser cualquier día, en cualquier lugar. Y puedes mirar para otro lado, encender la radio, taparte los oídos o pasar de largo sea lo que sea que te encuentres delante. Puedes pensar que ya vendrá otro a echar una mano. Puede ser. O no.

Periodista