El pasado viernes, mientras la diputada popular en las Cortes de Aragón, Teresa Arciniega, calificaba de "pueblerinos" a quienes pretenden mantener y mejorar las aulas y el profesorado en el medio rural, una treintena de alumnos llegaban al aeropuerto de Varsovia procedentes de distintos pueblos de España, Francia, Italia y Suecia para compartir experiencias y emociones con alumnos polacos. Uno de los principales objetivos de este programa Comenius es que los participantes experimenten en cada uno de los viajes la sensación de extrañamiento que se produce al comprobar que las cosas no son, o al menos no solo, como siempre habían pensado. Es lo que conocemos como "choque cultural" y que, en lugar de daños físicos, provoca una apertura de nuestro cascarón y el inicio de un proceso de comprensión y normalización de aquello que, hasta ese momento, nos resultaba ajeno y extraño. Adaptarse a las costumbres de otros lugares (desde los gustos gastronómicos y los usos horarios al modo de saludarse, relacionarse o comportarse en función de cada caso), debatir sobre cualquier asunto partiendo de concepciones socioculturales distintas o conocer de primera mano los acontecimientos pasados que han determinado cada punto de vista constituyen en suma un proceso de enriquecimiento mutuo insustituible. El intercambio cultural, con sus emociones, sorpresas y malentendidos, tiene el éxito garantizado porque permitirá a estos jóvenes valorar otras realidades, ya vengan del Norte o el Sur, del Este o el Oeste y de pueblos o ciudades, evitando así que el día de mañana hagan de su desconocimiento, es decir, de su ignorancia, un arma arrojadiza contra el resto.

Periodista y profesor