Uno de los alicientes más bonitos que tiene la plaza San Francisco los domingos y algún que otro festivo son los humildes puestecillos donde coleccionistas de toda condición corretean --sea bueno o malo el tiempo-- en procura del objeto curioso que le permita colmar sus aspiraciones. Para que ello resulte factible parece lógico convenir en la necesidad de que haya vendedores (a su vez también coleccionistas), esforzados ciudadanos que montan un pequeño galimatías de cosas sobre mínimas mesitas que en nada molestan, --todo lo contrario-- a paseantes, mirones y aficionados. Sellos, postales, monedas, minerales, libros, discos, campanillas, chapas, etc., a la libre disposición de unos y otros, siempre en unas transacciones ridículas. Todo ello le da a la plaza antesala de la Ciudad Universitaria un encanto especial del que igualmente se lucran --más allá de los valores culturales que este tipo de coleccionismo supone-- bares, restaurantes, quioscos de libros y periódicos.... Pues bien. Alguna luminaria municipal pretende arbitrar medidas que darían al traste con tan ameno paisaje urbano. ¿Por qué? ¿Qué razones aducen? ¿A quién molesta tan singular espacio? Parece correcto que establezcan algún tipo de control (lo que ya se hace) y que acaso los vendedores deban pagar entre uno y tres euros por el nulo negocio que realizan pero bueno, así estarán contentos los munícipes. Cualquier otra medida, además de incomprensible, es un atentado contra mirones, paseantes y coleccionistas. Puro dislate. Profesor de universidad