Transcurrida una semana larga desde la inesperada confesión de Jordi Pujol de que ocultó durante decenios una fortuna en el extranjero, la sociedad catalana ha pasado de la incredulidad a la ira y después a la aceptación de la evidencia de que el hombre que durante tantos años apeló muy frecuentemente a la ética, la moralidad y los valores no fue consecuente y se permitió y permitió a sus allegados lo contrario de lo que predicaba públicamente. A medida que van aflorando nuevos datos de las actividades económicas de la familia se debilita más la hipótesis de que la presunta herencia no declarada del padre del expresidente catalán ha sido el único patrimonio financiero de los Pujol que ha escapado al legítimo control. Por el contrario, a luz de las investigaciones policiales y judiciales se intuye que lo que aún no se conoce con detalle será de mucha más envergadura. La justicia será la encargada de dilucidar responsabilidades, pero eso no exime a Pujol de la obligación de explicar cuanto antes y de forma exhaustiva lo que dijo en su confuso comunicado del 25 de julio.