Sabemos que no es la mejor Constitución, pero es nuestra Constitución. Y por fin tenemos un sólido punto de partida. Tal vez los ritmos de la creación de la Unidad Europea no sean fáciles de seguir, porque no estamos acostumbrados a mirar hacia el horizonte con tanta perspectiva. Pero el camino es ya imparable, largo y definitivo. La grandeza de la Unión es que no viene impuesta por fronteras decididas en guerras y conquistas, sino por la voluntad explícita de ciudadanos de países libres que abdican de una parte fundamental de su propia soberanía para generar una patria compartida. No es fácil imaginar que un polaco, un húngaro y un español se puedan llegar a turbar bajo la sombra de una misma bandera. Pero eso es, justamente, la grandeza que tienen los proyectos que se construyen sin la intuición que facilita tener sufrimientos y destinos erigidos alrededor de avatares de historias. Nuestros hijos aprenderán que una patria nunca se improvisa, y que la patria más inteligente es la que nace poco a poco de un proyecto claro de voluntad democrática compartida. Los europeos vamos a estar juntos por decisión propia. Europa existía, ahora la estamos llenando de europeos.

*Periodista