Argelia y Marruecos inician sendos intentos de autocrítica por la vía de esclarecer su violento pasado nacional. Aunque con diferencias entre los métodos elegidos en cada caso.

El Gobierno de Argel pretende culminar el proceso de reconciliación nacional emprendido con cierto éxito por el presidente Buteflika. La guerrilla islamista ha sido derrotada y se asiste a un principio de normalización política y a una etapa de auge económico. Los guerrilleros serán amnistiados, y, con ellos, los militares acusados de torturar o hacer desaparecer a unas 5.000 personas en esa época, según reconoce el propio Ejecutivo argelino. Es, pues, más una ley de punto final que un ejercicio de expiación.

Mohamed VI de Marruecos opta por un lento proceso de explicación de las vulneraciones de derechos humanos en los años de plomo del reinado de su padre, Hasan II. Pero eso tampoco irá acompañado en ningún caso de condenas para los responsables supervivientes. Las dos iniciativas quizá tengan la virtud de ayudar a pacificar el presente. Pero, como se ha demostrado en tantos otros países, las heridas históricas tarde o temprano han de aflorar con toda su dimensión para que puedan cerrarse.