Por ejemplo, Omar. Tenía 17 años y estudiaba bachillerato. Una noche, aporrearon su puerta y lo detuvieron. Empezaron las torturas, las violaciones, el hambre y la incertidumbre de no saber si al día siguiente lo ejecutarían. No había cometido ningún delito. Simplemente era un joven en un país en guerra. Tres años después, su madre logró dar con el guardia que le abriría la puerta a cambio de 15.000 dólares. Su padre y sus dos hermanos habían muerto mientras él estaba en prisión. Más tarde llegó la huida a Europa. Hoy vive en Suecia. Amnistía Internacional ha recogido su testimonio en un sobrecogedor informe sobre las cárceles de Siria.

Podemos elegir escuchar a Omar. Podemos elegir conmovernos con su historia, revolvernos contra la injusticia, preguntarnos qué podemos hacer, obligarnos a exigir la verdad, la de todos los bandos, la que mancha nuestras instituciones europeas, la que salvaguarda los intereses de unos pocos. Podemos elegir escuchar… o podemos elegir la indiferencia.

Renunciar voluntariamente a las armas que nos aportan la cultura y la educación, y ceder a la apatía. La tentación de no mirar. Rendir la condición que nos permite relacionarnos, sentirnos parte de algo más allá de nuestra individualidad. Podemos elegir el vacío. Un vacío que será llenado por los enemigos de la humanidad, por los verdugos, por los opresores. La indiferencia también es un arma. Y nosotros estamos en el punto de mira.

*Escritora