En este país la puntualidad no cotiza en bolsa. No se nos da nada bien. Debe de ser patrimonio de los británicos. Por ello, cuando llego a alguna reunión en punto, o’clock, suelo bromear diciendo «La puntualidad tiene un nombre», dándome importancia ufanamente. Y ya sé que presumir de puntualidad está muy feo, es como presumir de ser guapo. Al fin y al cabo, la puntualidad y la hermosura nos vienen de nacimiento.

Hay quien lo duda y pregunta: el puntual, ¿nace o se hace? Pues nace, claro que sí. Hay hasta una teoría que lo explica, según la cual el momento del alumbramiento marca nuestra vida. No es broma, no.

El instante del nacimiento nos condiciona a todos. Pondré un ejemplo muy revelador, para aquellos escépticos por naturaleza: todos tenemos algún amigo -bendito sea- que siempre que quedas con él llega media hora antes al lugar de la cita. No lo tienes que esperar nunca. Siempre está ahí. Llega pronto a todos los sitios, y además no lo puede evitar. ¿Sabéis por qué? Porque nació sietemesino, nació antes de tiempo, y eso le marcará para siempre. Por el contrario, todos tenemos algún otro amigo -maldita sea su estampa- que siempre llega una hora tarde cuando quedamos con él. Como ya lo conocéis, ¿verdad?, cuando quedáis en grupo, a él le decís que habéis quedado media hora antes, para así por lo menos no tener que esperarle demasiado.

No obstante, aun así, siempre llega tarde el muy desgraciado. ¿Sabéis la razón de su tardanza pertinaz? Preguntadle cuándo nació. Me juego una cena a que nació a los nueve meses y medio si me apuras. Tardó en nacer, sí, y eso le ha marcado la vida. Llegará tarde a todas partes. En mi caso nací a los nueve meses, como un clavo, y claro, la puntualidad tiene un nombre.

*Escritor y cuentacuentos