Unos Juegos Olímpicos son siempre el escaparate de un país. A pocas semanas de iniciarse los de invierno en Sochi, Vladimir Putin había conseguido dar lo que él considera una imagen potente de su país, una imagen que no debía enturbiar el desarrollo de la cita deportiva con ausencias notorias en señal de protesta por la situación de los derechos humanos en aquel país. Los éxitos del presidente en política exterior, desde Siria a Ucrania pasando por Irán, o el asilo concedido a Edward Snowden enfrentándose a Washington han marcado este año el retorno de Moscú a la reducida liga de potencias internacionales, además de las medias de amnistía a favor de algunos presos emblemáticos. Pero Putin sigue siendo un autócrata que no engaña con sus manejos publicitarios y su mano de hierro. Los ataques terroristas perpetrados en Volgogrado ponen de manifiesto otro serio problema para el presidente, y es el de los mal cerrados conflictos en el Cáucaso y la vulnerabilidad de los juegos de Sochi, ciudad situada en la antesala de aquella región tan volátil.