El envenenamiento de Aleksei Navalny por una mano más que probablemente amiga de Vladimir Putin ha vuelto a cuestionar el concepto que este último tiene del poder y de los modos de mantenerlo. Militar de profesión, y curtido en el espionaje soviético, Putin estaba y está familiarizado con los sistemas de presión, tanto colectivos como individuales, y con la tortura como arma de la guerra fría. La que viene librando dentro de su propio país, esta nueva Rusia que se alimenta de lo peor de su pasado, incluido el zarismo, se está poniendo cada vez más caliente en la opinión pública. La canciller Merkel, desde la Alemania donde Navalny ha conseguido salvar su vida tras haber ingerido Novichok, sustancia calificada de arma química, ha exigido una investigación exhaustiva para averiguar quién trató de asesinar al rival de Putin en las urnas, y si esa gente, o agente, tiene relación con el presidente ruso. España también debería haberse sumado a ese clamor, pero Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, agobiados por sus propios y envenenados asuntos, no se han manifestado. Tampoco nuestra oposición ha considerado pertinente levantar sospechas contra una Rusia que, sin ser aliada, nos provee de materias primas, mascarillas, incluso, quién sabe, de esa vacuna anti-covid que nuestros laboratorios no parecen vayan a procesar…

¿Teme Occidente a Putin, su expansionismo, su creciente poder militar? Puede, como puede que Rusia haya puesto sus ojos en la conquista de Europa. Algo en lo que muchos rusos han creído y creen. Comenzando por Dostoievski, quien, ya a finales del XIX, lo pronosticaba como un hecho geopolítico que acabaría por suceder. El autor de Crimen y castigo definía a su país como «la gran nación vacante». «Rusia absorberá Europa, pues esa es su misión. Hace mucho que albergo tal convencimiento», escribía desde Siberia, donde estuvo preso varios años por supuesta conspiración contra el zar. Dostoievski estaba convencido de que en el pensamiento ruso se conciliaban los antagonismos de Europa. El mismo se definía como «un viejo europeo ruso».

Sería interesante preguntar a Navalny qué piensa de esto. Pero quizá más preguntarle por Putin y su afición a tratar a sus opositores con medicina de hierro.