En el panorama político español estamos observando últimamente que, para descalificar a determinadas opciones políticas presentadas como amenazas al sistema democrático, se usa y se abusa del término "populismo", dando por hecho que todos conocen perfectamente su significado. Lo usan a modo de muletilla muchos dirigentes políticos, conspicuos tertulianos y gran parte de la ciudadanía. Está de moda. Cuando desconozco o no tengo claro el significado de un término recurro al Diccionario de la lengua española. Mas en esta ocasión mi pretensión ha sido inútil, ya que "populismo" no está registrado. Y no está, porque los expertos en ciencias sociales no se han puesto de acuerdo en su significado.

Marco DIEramo en el artículo El populismo y la nueva oligarquía, señala que los científicos políticos llevan como mínimo 50 años debatiendo sobre el tema. En una conferencia en la London School of Economics en 1967, el historiador estadounidense Richard Hofstadter decía "Todo el mundo habla de populismo, pero nadie sabe definirlo". A veces la discusión era cómica. Margaret Canovan enumeraba 7 formas de populismo, Peter Wiles citaba 24 características definitorias, y en la segunda mitad de su intervención trataba de las excepciones (movimientos populistas a los que no se aplicaban tales características).

Los movimientos populistas, según Wiles son numerosos, entre ellos: en el siglo XVII los levellers (niveladores), en el XIX cartistas; en el XX, el de Gandhi en la India, el Sinn Féin en Irlanda, el PRI de Cárdenas, y el socialismo de Nyerere. Otros añaden el nasserismo, peronismo en Argentina, el PT en Brasil y el de Chávez. Ernesto Laclau incluye el kemalismo de Atatürk en Turquía, el gaullismo en Francia y la Liga Norte de Italia, o el de Berlusconi. Obviamente también el fascismo mussoliniano. Y hoy el Movimiento 5 Estrellas de Grillo y el Tea Party. Y el último en llegar Podemos. En definitiva, como "populista" se ha ido aplicando a muchos movimientos políticos, se ha convertido conceptualmente indefinible.

Otra opción es asumir la vaguedad del término y considerar su esencia contradictoria, lo que la define. Para Laclau "no se muestra como una constelación fija, sino como una serie de recursos discursivos susceptibles de usarse en los modos más diversos". Esta idea circunscrita a una cierta retórica, es atractiva, pero se mantiene la indefinición terminológica.

Hay otra visión, que parte de que populismo no es nunca una autodefinición: nadie se declara populista, te lo llaman tus enemigos políticos. Por tanto, si nadie se autoproclama populista, entonces el término dice mucho más del que lo emite que de quien es simplemente insultado. La noción de populismo sirve para identificar y caracterizar a las facciones políticas que tachan a sus adversarios de populismo. Esta visión permite una aproximación temporal del término. Hasta después de la II Guerra Mundial, muchos partidos se enorgullecían de llamarse populistas, al ser lo mismo que popular. A partir de década de los 50, el registro del discurso cambia de pleno. La categoría de "pueblo" pierde su lugar central en la política. Este hecho se debió sobre todo a la Guerra Fría, en la que Occidente se apropió de la palabra "libertad", y se definía como el "mundo libre". Mientras el bloque soviético hizo lo propio con la de "popular", de ahí "democracias populares". Por ello "popular" y las referencias al pueblo fueron innombrables en el Oeste, ya que remitían al Este. En Occidente el término "pueblo" fue relegado del discurso político. Y comenzó a usarse entonces populismo de una manera sistemática con un carácter muy negativo, vinculándolo con los totalitarismos, tanto fascismo como estalinismo. Político populista es el que invoca, halaga y agita al pueblo nunca nombrado, pero desacreditado por todas las características negativas milenarias de primitivismo, descontrol y desmesura.

Hoy con un gobierno oligárquico, quien tiene la osadía de oponerse a las políticas antipopulares, los correveidiles de esa oligarquía le acusan de populista. Mientras están eviscerando la democracia, acusan de pulsiones autoritarias a los que quieren regenerarla. Pero el uso excesivo de populismo por parte de ellos manifiesta una inquietud y culpa claras. Es como el cónyuge adúltero que sospecha cada día más de su pareja: resulta que quien más atenta contra la democracia es quien la ve amenazada por todas partes.

Hay otras visiones positivas de populismo. Laclau, en La razón populista, lo piensa no como una forma degradada de la democracia sino como un tipo de gobierno que amplia las bases democráticas de la sociedad. "No tiene un contenido específico, es una forma de pensar las identidades sociales, un modo de articular demandas dispersas, una manera de construir lo político". La crítica clásica al populismo está ligada a una concepción tecnocrática del poder. Cuando las masas se lanzan a la arena política, lo hacen a través de la identificación con cierto líder (Chávez, Evo, Correa..), y ese es un liderazgo democrático porque, sin esa identificación con el líder, esas masas no estarían participando dentro del sistema político y este seguiría estando en manos de élites que suplantan la voluntad popular.

Profesor de instituto