Ha bastado que la niebla del procés levantara un poco, para que los problemas reales del país aparezcan en la calle. La idílica España presentada por Mariano Rajoy va deshaciéndose cual azucarillo, conforme el problema catalán se estanca, el independentismo se desangra en sus peleas y los ciudadanos vemos, cada vez más, que este calvario lo utilizan unos y otros para tapar sus vergüenzas.

¿Por qué ahora?, ¿qué está pasando? Se preguntan nuestros dirigentes, si crecemos económicamente desde hace cuatro años, creamos empleo, las empresas tienen beneficios, la insensatez catalana ha recuperado banderas, himno y soflamas del centralismo cañí… No es novedad, en la historia se repiten acontecimientos parecidos: presidentes, gobiernos y estadistas que superadas duras crisis, de pronto, son dejados de lado por unos ciudadanos que les exigen compensaciones por el sufrimiento económico y vital pasado. La autosuficiencia del gobernante suele ser la respuesta, el castigo electoral, las consecuencias.

¿Quién le iba a decir a Winston Churchil, que tras ganar la II Guerra Mundial, iba a perder las elecciones de 1945? Aquel líder carismático capaz de conjurar a todo un país tras su oferta para ganar a guerra con «sangre, fatigas, lágrimas y sudor», fue derrotado por un «cordero con piel de cordero» como despectivamente le llamaba al líder laborista Clement Attle. No hay que irse tan lejos; aquí en nuestro país tenemos ejemplos suficientes. Felipe González, superada la reconversión industrial, estabilizada la democracia y haber entrado en la UE, se enfrentó a la mayor movilización social de toda nuestra historia; el 14-D de 1988 dejó el país paralizado. La huelga general sacó del letargo a una ciudadanía harta de sacrificios y de prepotencias inadmisibles como la del entonces ministro de Economía, Carlos Solchaga, «España es el país del mundo donde más rápido se puede hacer uno rico». Cuando José María Aznar intentaba convencernos de los beneficios de la guerra contra Irak, con mentiras («no tengan ustedes ninguna duda de que en Irak hay armas de destrucción masiva») y las calles se llenaban de jóvenes y mayores clamando contra ella, le pudo su arrogancia, no escuchó, pero en las elecciones del 14 de marzo del 2004 las urnas le dieron la espalda a su sucesor. Su mayoría absoluta quedó en la oposición.

Tanto en estos casos como ahora hay un elemento común, la arrogancia, el sentido cuasi mesiánico del poder, el sentimiento de autosuficiencia y desprecio al ciudadano, que en la crisis se ha apretado el cinturón con mayor o menor resignación, y cuando los beneficios se han recuperado, no recibe ninguna compensación.

Si como dice el Gobierno popular la crisis ha acabado, si hemos recuperado el crecimiento económico, ha llegado la hora del reparto. Por eso ahora es el momento del ¿qué hay de lo mío? Lo que se está cuestionando es la lógica de un crecimiento que no se reparte de manera adecuada y quiere convertir en inevitable la pobreza y la marginación.

Las movilizaciones de estas semanas, reflejan el rechazo a una salida de la crisis que supone un 28% de la población en riesgo de pobreza, una renta per cápita que ha crecido menos que el PIB, desigualdades por encima de la media europea, devaluación de los salarios y condiciones laborales, precariedad infinita, depreciación de la formación como elemento de promoción e igualdad (el 29% de universitarios con máster acabado en 2013, tienen un trabajo de 1.000€/mes, el 19% con menos de 600 y el 31% están sobre cualificados para el puesto que ocupan).

Aunque la crisis se ha llevado por delante la negociación colectiva y el programa social, que garantizaban una adecuada distribución del crecimiento, las calles han demostrado un profundo sentido de la igualdad y la justicia social. Que el movimiento feminista haya construido su discurso en el centro del conflicto por la igualdad, ha sido fundamental para su impulso y su enorme capacidad de arrastre, porque la igualdad es un valor democrático y su consecución debe estar por encima de la lucha partidista. Por las meteduras de pata y las rectificaciones, la derecha ha demostrado que este no es su campo de actuación .

Cuando Rajoy garantiza las pensiones y asegura su fe en el sistema, miente. En seis años de Gobierno, ha cargado a la Seguridad Social las tarifas planas, las bonificaciones a las empresas para la contratación, ha dejado de cotizar por casi 250.000 cuidadores familiares a la dependencia, ha torpedeado la cotización de las empleadas del hogar, ha disminuido la cotización de los parados con prestaciones, ha tenido congelado el SMI rebajando todas las cotizaciones con él referenciadas, ha rebajado las cotizaciones de los empleadores cuando en Europa subían. ¿De qué cantidades estamos hablando de 10.000 a 12.000 millones año? Todo a cuenta de la hucha de las pensiones. Y ahora resulta que el sistema está en quiebra? Lo han quebrado sus políticas. Ellos son los responsables.