Cuarenta años después de la legalización del Partido Comunista de España, el clímax de la Transición, se ha subrayado la audacia del entonces presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, y la actitud moderada del secretario general del partido de la hoz y el martillo, Santiago Carrillo. Sin esos dos ingredientes, arrojo frente a los militares franquistas y pragmatismo ante las bases comunistas, el tránsito hacia la democracia en España hubiera sido un peregrinar mucho más largo y conflictivo. Suárez sabía desde su llegada a la Moncloa que no podía administrar el tiempo. El lema era ‘¡deprisa, deprisa!’. No era Suárez un político que dejara que el tiempo arreglara los problemas. Una actitud en las antípodas del actual presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, especialista en que el tiempo solucione los problemas. O no. ¿Qué hubiera hecho Suárez ante el reto del soberanismo catalán y su exigencia de un referéndum? Se trata de una pregunta retórica que carece, por tanto, de respuesta. Pero la actuación del entonces presidente con los comunistas da alguna pista sugestiva. Fue capaz de buscar intermediarios para abrir el diálogo, se arriesgó a participar en reuniones secretas, tejió complicidades, exigió contrapartidas, jugó con astucia, manejó bien los resortes de los enormes poderes del Estado predemocrático y supo ceder. Nada que ver con un presidente encastillado en el discurso de la soberanía nacional y la inviolabilidad de la Constitución como tapones. Un presidente que, ante un descomunal problema de Estado, se queda en la letra pequeña.

*Periodista