Alo largo de la semana, además del habitual forcejeo presupuestario, hubo cierto debate o polémica en relación con la cumbre hispanofrancesa de Málaga. ¿Se habló allí de la reapertura del Canfranc? ¿Algo?, ¿un poco?, ¿nada en absoluto? Tan desmemoriados somos los aragoneses, que tras casi medio siglo dándole vueltas a lo de dicha línea férrea, aún no nos hemos enterado de que en las reuniones entre nuestro gobierno y el del país vecino nunca se resuelve nada al respecto. Tanto si dicen (que nunca han dicho gran cosa) como si dejan de decir. Esperar no se sabe qué acontecimiento extraordinario, anticiparlo incluso, echar las campanas al vuelo porque al final parece hay algo o llenarse de impotente cabreo cuando no hay cosa alguna es puro infantilismo.

Aragón (y vuelvo un domingo más a lo mío) se ha ido metiendo en callejones sin salida, considerando fundamentales objetivos o reivindicaciones que, además de no serlo, parecen, a priori, irresolubles. Basta que algo se ponga difícil, o mejor aún imposible, para que nos volquemos en ello. De ahí, claro, viene la constante frustración, y a partir de ella el victimismo. Incluso esa manía nuestra (de las instituciones y de gran parte de la sociedad) de apostar por proyectos raros, absurdos, de escaso interés o promovidos directamente por cualesquiera buscavidas, tiene que ver con la querencia por lo quimérico y lo inalcanzable.

A lo largo de mi vida profesional he escrito en los dos principales diarios de esta bendita Tierra Noble cientos de artículos y editoriales sobre el Canfranc. También sobre la Travesía Central del Pirineo (TCP). He visto llegar a los titulares de primera reiterados «momentos decisivos», en los que la reapertura aparecía como cosa hecha. Pero no, claro. Por eso algunas veces cojo el tema y lo mando, a lo Labordeta, a la mismísma mierda. Para pasmo de mis amigos ferroviarios y en especial del querido Luis Granell. Porque un servidor, pese a todo, sería feliz de ver circular por la línea del Canfranc, de Francia a España, ida y vuelta, hermosos trenes repletos de turistas, montañeros, esquiadores y amantes de los paisajes o convoyes de mercancías o lo que pueda circular sensatamente por un trazado sinuoso y de grandes desniveles. Pero me niego a seguir con este juego de las falsas esperanzas, las cumbres, lo que en ellas se habla y todo lo demás. Conste que me pasa lo mismo con otros argumentos al uso: los bienes, la reindustrialización de las cuencas mineras, el maldito carbón, los proyectos grandilocuentas para vertebrar territorio... Hala. venga.

Un día de estos, o quizás nunca, empezaremos a tomarnos Aragón en serio. Tal vez entonces los esfuerzos y el dinero (que ahora lo tenemos muy escaso) se centren en promover estrategias propias, sensatas, que nos sitúen en el siglo XXI, que protejan y rentabilizan positivamente el medio ambiente, que cuenten con el potencial investigador de la universidad y de los profesionales, que apoye iniciativas empresariales con garantías y auténtica visión de futuro... en fin que tengan sentido, al margen de lo que se diga, o no, en las cumbres hispanofrancesas.