No hay derecho a sufrir esta situación. Esto es un arresto masivo. Fíjate tú que ayer, por fin, pudimos salir del jardín de casa y tomarnos el vinito en la calle con Borjamari y Cayetana. Por supuesto todos llevamos la mejor mascarilla, la FFP3. Pero agobia bastante. Resulta inhumano el trato que nos están dando. Aún así nos acabamos dos botellas gran reserva de Rueda y salimos un poco piripis.

¡Qué bien!, mañana toca manifestación. Estoy excitadísima. Ignacio ha dicho que sacaremos nuestro Audi descapotable para que se luzcan bien las banderas nacionales. A las niñas les hemos dado permiso para que salgan por su cuenta con el grupo de amigos. Son tan guapos ellos y hermosas ellas, que lucen muchísimo en cualquier evento patrio. Da gusto ver por las calles a la gente de bien con todos los símbolos visibles: las pulseras, la banderita en los tapabocas, el pañuelo rojo y amarillo de seda anudado al bolso. Todo, todo, todo, muy casual. Divino. Personalmente me fastidia un poco tener que coger una cacerola y la cuchara, para la protesta contra Sánchez y su equipo de inútiles. Queda fatal, algo tan zafio como una cacerola, pero hace mucho ruido, y eso es lo que cuenta.

Los primeros meses de arresto lo pasamos fatal encerrados. Hasta que averiguamos unas fantásticas páginas en internet donde te sirven en casa de todo: pescado fresco, marisco espectacular, hasta percebes más baratos que en Navidad. ¡Increíble! y te lo traen de Galicia. Nos hemos pegado unas mariscadas impresionantes. Es que hay que aprovechar los meses que llevan «R». Lo malo es la compra semanal, que tardan hasta una semana para que traigan el pedido a domicilio. Y eso en El Corte Inglés. Un fastidio. Porque nosotros y nuestros amigos no hemos pisado la calle para ir a un supermercado de esos sin control, haciendo fila como si estuviéramos en un campo de concentración o de refugiados. ¡Qué horror! Una mala pesadilla. Yo tengo insomnio crónico desde entonces.

Eso sí, no he engordado nada durante el arresto, el estado de sitio o de excepción. Decidimos dar vueltas por la terraza y recorrer el jardín como si fuéramos autómatas. Luego, al atardecer, descansábamos en las hamacas con nuestras bebidas preferidas y un ligero picoteo. Esos momentos de relax los aprovechamos para reenviar todos los vídeos que nos pasan, esos donde destapamos todas las mentiras del Gobierno comunista y bolivariano que nos toca sufrir. Lo pasamos chupi porque son muy divertidos. Nos reímos mucho toda la familia. Así hasta la hora de la cena. Hay que echar una mano.

Las chicas son las que peor han llevado el arresto domiciliario porque ellas son runners y salían todas las tardes a correr por la ciudad, con sus mallas y camisetas especiales para absorber el sudor, sus cascos y su juventud. Se han aburrido como ostras. Las pobres. A ver si nos dejan salir de una vez al chalet de la playa o a la casita de Biescas. Mientras tanto, cacerola al canto todas las tardes a las nueve de la noche. ¡Libertad!, ¡libertad!, ¡libertad!

*Periodista y escritora