El PAR deshoja la margarita calculando qué puede ganar o perder según acabe siendo el clavico de un abanico o del otro. Pero el dilema de los regionalsitas es mucho más simple que el de Cs. En primer lugar porque este último partido está sujeto a una estrategia que prescinde de cualquier matiz territorial y donde Aragón pinta muy poco tirando a nada. En segundo, porque los de Rivera están en un momento clave de su existencia y deben decidir si aprovechan los próximos cuatro años para establecerse como partido conservador duro con fuertes pulsiones nacionalpopulistas, o como formación liberal democrática en línea con la renovación que este ámbito ideológico ha experimentado en el resto de Europa, donde se aleja cada vez más de las derechas tradicionales y no digamos de los ultras eurófobos.

En teoría, Cs tenía que haberse hecho hegemónico en la derecha moderada, para desde allí tomar una buena parte del centro-centro y convertirse en un partido de gobierno. No lo ha logrado. Tras las citas electorales de abril y mayo no ha podido superar al PP en ningún ámbito institucional relevante. Ni uno. Si se ajusta a la táctica andaluza, tendrá que ser colita de león en todas las autonomías y todas las capitales de provincia. Y encima, para conseguir ese premio de consolación, que inhabilita a Rivera y Arrimadas como primeras voces de la oposición a Sánchez, habrá de cohabitar y enredarse con Vox, que es una formación ajena a la más mínima lógica.

El problema de Cs es que creció aferrado a la reacción españolista frente al desafío del independentismo catalán, y ahora no sabe cómo abrirse a otros horizontes políticos ni ha definido lo que quiere ser de mayor. Quizás, en su cúpula, puedan pensar que a ellos no ha de ocurrirles lo que a Podemos. O supondrán que el PP, cuya dirección actual tampoco acaba de encontrar una identidad normalizada, cometerá más y más errores de los que podrán beneficiarse. Sin embargo, permanecer en la foto fija de Colón les supone muchos riesgos y escasas ventajas. En Aragón, desde luego.