Que haya sido admitida a trámite la denuncia de un supuesto sindicato policial contra Dani Mateo por aquel numerito de los mocos y la bandera me produce tanta estupefacción como alarma. Demasiados magistrados demuestran tener un concepto harto atrasado respecto de qué es y cómo funciona la libertad de expresión. De ahí que un cúmulo de abogados cristianos, asociaciones patróticas y otras sectas logren envirutar a cualquier lenguaraz, titiritero, cómico o friki por los motivos más absurdos.

Una puntualización en medio del discurso: ningún país democrático y serio considera que sea delito de injurias y mucho menos de odio hacer numeritos con la bandera nacional, contar chistes a costa de Dios y sus ministros, blasfemar directamente o publicar versos satíricos dedicados a los amoríos de un líder político (aunque sea un tío tan autosacramentado como Pablo Iglesias). El Supremo de EEUU setenció hace ya bastante tiempo que quemar en público la enseña de las barras y las estrellas es lícito. Los chistes en las teles sobre la bragueta de Clinton fueron constantes. Y recuerden cómo, durante la guerra de Vietnam, buena parte de los medios informativos estadounidenses criticaron la intervención en Indochina y publicaron las mentiras al respecto de sucesivos gobiernos USA. Con la bendición del mismo Tribunal Supremo.

¡Ah!, pero la bandera rojigualda parece ser especial porque, según dicen los superpatriotas, encarna el honor de quienes murieron por ella. ¿Honor? ¿En las guerras de Cuba y Filipinas donde los jovenes de las clases humildes fueron a morir para nada? ¿En Marruecos, otro conflicto miserable y maldito que se llevó por delante a decenas de miles de españoles? ¿En la horrenda Guerra Civil? Nada ha habido de glorioso y de honorable en ese tremolar de banderas que precedió al estruendo del cañón y el triunfo de la barbarie. La España contemporánea carga en su memoria muy pocos acontecimientos memorables. Sus símbolos oficiales tampoco son para tanto. Menos lobos, Caperucita.