Horror. Y encima, nuevos. Con el doble peligro que ello conlleva. Los ricos --todos, ellos o sus antepasados, fueron en algún momento nuevos-- son realmente peligrosos por la codicia, que no sólo descompone sus vidas, sino que la expanden y la hacen compartir a su entorno. Pero, si además su "ascenso" ha sido reciente... Lo mejor que le puede ocurrir a uno es no toparse con uno de estos especímenes. "El que de servilleta llega a mantel, Dios te libre de él" dice el refrán popular. Lo cierto es que hoy es bastante difícil librarse de encontrártelos. Están por todas partes.

La noticia de la presentación del Informe sobre la riqueza en el mundo que destacó EL PERIODICO DE ARAGON, ha venido a confirmar algo que ya se veía. Basta salir a la calle. España es el tercer país del mundo en incremento de ricos durante el año pasado, y el primero de nuestra nueva Europa. Cierto que también sigue habiendo mucha pobreza hiriente. Y puede que en aumento, pues muchos de los inmigrantes no vienen precisamente en las mejores condiciones económicas. Y habrá que luchar contra esa pobreza.

Pero la existencia de pobreza es compatible con que hayan aumentado los ricos en nuestro país. Y no sólo en el último año. Lo realmente novedoso es que ya se constata claramente que España es un país de nuevos ricos. Vamos, que por estos lares, las masas millonarias cunden por doquier. Y a éstas no las frena nadie. Por añadir a su condición de opulencia, la del número. Podemos llegar a encontrarnos pues, en una situación en la que los ricos sean más que los pobres. Si Marx levantase la cabeza no saldría de su asombro al ver lo bien que le había sentado el capitalismo al antiguo proletariado. O bien se confortaría al ver que, poco a poco, gracias a sus revoluciones --todas, las triunfantes y las que no--, sus parias de la tierra se habían convertido en avaros capitalistas. No está claro si ésto es el fracaso o el triunfo del filósofo de Tréveris. O las dos cosas a la vez.

EL AUTOR de El Capital basó su doctrina en que los muchos (los pobres), tenían que rebelarse contra los pocos (los ricos), hasta alcanzar el paraíso del proletariado. Lo que no podía sospechar es que muchos de sus proletarios gozarían las mieles del paraíso capitalista. Se trata de toda una inflexión en la marcha marxista de la Historia.

Inflexión que nos afecta a todos. Y que provoca un sinfín de paradojas bien extendidas, pero poco estudiadas. Si viajan en tren con cierta frecuencia, habrán observado el guirigay que hay en los vagones de primera --los de segunda son mucho más calmos--, con los móviles sonando cada tres segundos como antesala de esas conversaciones entre la parentela, que está tan preocupada por saber dónde estará exactamente su retoño. Quien ni corto ni perezoso informa cada diez minutos a su solícita mamá sobre la estación que acaba de pasar. O esas amigas que parlotean, decididamente pasadas de decibelios, gracias a los cuales se entera uno de que el Sergio va detrás de la Vanessa, y no sé cuantas cosas más. Por no hablar de los ejecutivillos con mono de móvil que, en lugar de leer la prensa del día como Dios manda, se pasan el rato martilleando nuestros torturados tímpanos entre zumbidos moscones y punzantes vibraciones. Porque, esa es otra, los nuevos ricos son adictos a las nuevas tecnologías, con fanatismo de conversos. Y como son los ricos, al fin y al cabo, los que marcan las pautas de comportamiento y las costumbres sociales, oséase, lo que es de buen tono, pues estamos aviados. A lo mejor está aquí la clave del éxito de la telebasura.

QUIZA PARA acicalar en lo posible la negrura de su alma, devenida gracias a la caja tonta, son también los nuevos ricos los que más se apuntan, como almas que lleva el diablo, a toda una constelación de obras pías de no se cuál Cristo, o no se cuál Virgen Santísima. Los mayores consumidores hoy de misas y triduos sacros. Los que más tronan salmos en las iglesias. Los que celebran las primeras comuniones más solemnes. Así, con la bendición de quien debe darla, entran ya en la buena sociedad. Es el espaldarazo definitivo. Gente de orden.

Los millonarios tienen que ser pocos para poderlos envidiar. Si son muchos, ¿les tendrán ellos pelusa a los demás? Pues es sabido que siempre se envidia a los menos. Sería el contrapunto del nuevorriquismo, que al estar tan extendido no daría tanta vergüenza manifestarlo abiertamente. Al fin y al cabo, dicen, "todos somos ya millonarios". Igual, hasta se atreven a proclamar a los cuatro vientos: "Millonarios del mundo, uníos".

*Historiador y médico