A mi hermano

Escogiste un hermoso día de otoño, el último de este año, para irte de este mundo. Era uno de esos días suaves que evocaban en todo a nuestra Granada infantil ¿recuerdas? Siempre fuiste un poco esteta. De hecho, creo que aquello que decía Lorca de que la cabeza de Sánchez Mejías tenía "aires de Roma andaluza" estaba en realidad escrito para ti. En fin, ya ves: tonterías de más acá del dolor, donde queda el hueco de los hermanos, padres e hijos que se mueren. Que se han ido para siempre.

Lo cierto, Luis, es que nos pasamos la mitad de la vida aprendiendo a vivir y la otra mitad, como diría el clásico, aprendiendo a desvivirnos, preparándonos para irnos. Vivir, ya lo sabemos, nunca ha estado fácil; me refiero a vivir de verdad, con las dos piernas hincadas en la tierra, cumpliendo con nuestro oficio de hombres y aguantando lo que nos echen. Pero ¡qué duro resulta irse con esa sensación de dejar todo esto pendiente! De dejar todo nuestro mundo inconcluso, a medio acabar.

Ya sé que estas líneas no son necesarias. Que todo lo hablamos con la mirada aquella mañana --¿recuerdas?-- al despedirnos sin decirnos nada, pero expresándolo todo con la mirada. ¡Quedan ya atrás tantas cosas, tantas escenas, tantos paisajes y personas compartidas! ¡Y hace sólo unas horas que te has ido a tu nueva ciudad de luz...! Bueno, abraza de mi parte a papá, a la abuela Rafaela, a José Ignacio, a la tía Eufrasia y, claro, a Boira y a Pichi. Y hacednos un sitio, si podéis, a vuestro lado.

*Periodista