El modelo económico vigente no nos permitirá afrontar esta nueva crisis que, aunque ha estallado con la pandemia, tiene raíces anteriores a la irrupción del virus en nuestras vidas. Durante varias décadas hemos venido aceptando dócilmente un fenómeno perverso: la financiarización de la economía. Bajo el pretendido argumento de despolitizar los bancos centrales, los estados aceptaron dejar la soberanía monetaria y la regulación del sistema financiero en manos de la gran banca privada. Los grandes negocios pasaron a generarse en el movimiento especulativo de capitales, dejando en un segundo plano la importancia de la producción de bienes y del empleo. Es lo que se ha caracterizado como una economía de casino. La crisis que estalló en 2008 fue fruto de esa estructura económica, que generó burbujas de falsa riqueza; y la estrategia de pretendida austeridad que se adoptó fue dictada justamente por quienes habían provocado la crisis, usando el poder que les habíamos dado.

Aunque al principio de aquella crisis algunos dirigentes, como Sarkozy, hablaron de refundar el capitalismo, lo cierto es que tan apenas si se maquilló. Eso sí, se sanearon los balances de la banca privada con billones de dinero público, al tiempo que se redujeron salarios, se precarizó el trabajo y se recortaron y privatizaron los servicios públicos; al tiempo que se mantuvo la lógica imperante: producción y empleo siguieron siendo factores secundarios frente a los juegos financieros especulativos. Miles de empresas dedicaron sus esfuerzos a mejorar su cotización en bolsa y repartir dividendos, a base de comprar acciones propias con los créditos baratos que la banca les facilitaba. En EEUU, a lo largo de las dos últimas décadas, el ritmo de endeudamiento de las empresas se duplicó, mientras en Europa se triplicó. Así, creció una descomunal burbuja de deuda privada, con empresas cuyas acciones en bolsa tenían un valor inflado muy por encima del valor real de lo que esas empresas producían. Hablamos de miles de empresas cuyos balances financieros ya se situaban antes de la pandemia en situación de insolvencia; empresas/zombi, que acabarán repercutiendo su insolvencia sobre un sistema financiero cuya pretendida buena salud tiene los días contados.

Este es el contexto en el que se produce el estallido de la covid-19. El ineludible confinamiento de la población y el colapso global, tanto de la producción como de la demanda, generan una crisis económica que nada tiene que ver con lo que se llegó a presentar como un amplio periodo vacacional del que nos recuperaríamos con una evolución de la actividad económica en V. Pensar que la clave está en garantizar liquidez barata para que las empresas reactiven su producción, equivale a no entender nada. Con la burbuja de deuda privada, la situación de insolvencia o de extrema debilidad financiera en multitud de empresas y una demanda colapsada mucho más allá del periodo de confinamiento, ¿qué empresa pedirá nuevos créditos, aunque sean baratos, para fabricar productos que nadie va a comprar?

Lo que algunos defendimos en la pasada crisis, frente a la estrategia de austeridad que nos impusieron, hoy se hace ineludible: lanzar una estrategia de estímulo fiscal masivo, asumiendo la correspondiente deuda pública, eso si, con el respaldo de ese Banco Central Europeo al que cedimos nuestra soberanía financiera, y que puede y debe monetizar esa deuda. Es de hecho lo que ya están haciendo EEUU, Reino Unido o países como Dinamarca que no cedieron su soberanía monetaria en la UE.

En la fase de confinamiento se debe garantizar lo básico -alimentos, vivienda, atención médica, …- y minimizar la quiebra de empresas, como está haciendo el Gobierno; y por ahora el BCE, aún provocando graves fallas en el seno de la UE, lo está cubriendo. Pero eso no será suficiente. En una segunda fase de reactivación económica deben afrontarse los retos que ya estaban planteados antes de la pandemia. Se necesita un 'New Deal Verde' masivo (evocando el 'New Deal' del presidente Roosevelt tras la Gran Depresión del 29). Una propuesta similar a la que Bernie Sanders propone en EEUU, basada en la Teoría Monetaria Moderna, con un Plan de Trabajo Garantizado, que solo puede implementarse desde una estrategia combinada de política monetaria y fiscal que movilice todas las capacidades públicas disponibles, al servicio de esa transición energética, productiva, de consumo y de modelo de vida que Europa necesita. Una transición que acabe con la economía de casino imperante y coloque en el centro de las prioridades el empleo y la producción, desde principios de justicia y sostenibilidad democrática. No solo es posible, es necesario.

*Profesor emérito de la Universidad de Zaragoza