El pueblo español es de temer que se encuentre estupefacto y no es de extrañar dado lo que estamos viendo todos los que queremos mirar: que en la Comisión del 11-M, nadie de los intervinientes dice la verdad. Al menos parece la hipótesis más probable y al tiempo, la más vergonzosa. Ya no se acepta, ni casi se emplea, la verdad ni en los asuntos que a todos nos atañen como el del terrorismo. En cuanto se ha logrado por quien sea, mezclar elecciones con sucesos tan graves como el de la estación de Atocha, la verdad ha huido o ha sido expulsada del Parlamento como si allí estuviera de más.

Es natural que tampoco abunde la confianza en los que asumen posiciones de partido retorciendo lo que se sabe. Hace pocos días ZP , con sospechosa oportunidad, designó Alto Comisionado para la atención a las víctimas del terrorismo a Peces-Barba, sin contar antes con la voluntad del Congreso, ni esperar a las conclusiones que adopte, si es que a la comisión, no la hacen morir antes de inanición política. Hay razones para temer tras la intervención de una de las representantes de las víctimas del 11M. Fue ciertamente conmovedora y pareció tomar por sorpresa a todas sus señorías, a juzgar simplemente por la reacción de los portavoces que contestaron balbuceando, lo que casi equivale a sostener que el parlamento perdió su legitimación de ejercicio y apenas le queda otro recurso que el de disolverse, pero no hay cuidado.

¿Habrá muchos que fuera de la disciplina de los partidos opinen que la Cámara merece la confianza del cuerpo electoral? La política está encanallada y eso es culpa de muchos y no sólo de un partido. Lo que se llama (Dios sabe por qué), "la clase política" es la primera responsable de lo que va a dejar en nuestra sociedad una huella perdurable, porque ya nunca confiaremos con fundadas razones en los que están mintiendo porque no quieren, no saben o no pueden decir la verdad y lo más terrible, porque cabe que no haya en España y en esta hora personas (pueblo y líderes) en condiciones de tomar relevo alguno.

Se percibe una irreprimible crisis social de confianza provocada, cuando todo iba como siempre rutinariamente, a raíz de la intervención de Pilar Manjón no sé si conocida o no, si concertada o no, que dejó sin palabras o al menos sin nada inteligente y sensible que decir a la generalidad de aquellos portavoces. La decisión de nombrar a un Alto Comisionado debió tomarla ZP inmediatamente de conocer el discurso de Pilar Manjón, a menos que lo conociera antes, lo que tampoco se puede descartar. Y como vamos de sorpresa en sorpresa, la siguiente fue la rápida aceptación del designado y su modesta convicción de la idoneidad de su nombramiento: "Nadie --ha dicho--, podrá acusarme de falta de independencia", pero cualquiera podría acusarle de no ser independiente del PSOE, ni casi el PSOE de Peces Barba- ¿Qué diría el propio nombrado si la designación hubiera recaído en militante de otro partido?; ¿por qué no se encomendó esa tarea al Defensor del Pueblo que es por definición constitucional "el Alto Comisionado de las Cortes Generales, designado por éstas para la defensa de los derechos fundamentales?". Es lo que manda acaso inútilmente también, el art. 54 de la Constitución; la finta de ZP a mí me parece una derogación singular de un precepto constitucional, para que la voluntad de dos sustituya a la del Congreso entero, buena faena aunque nada democrática.

No cabe duda de que si el nombramiento se decidió por el Gobierno, éste puede mostrarse más seguro de salir indemne que si lo hicieran las Cortes donde siempre hay grupos, o por lo menos personas, capaces de intervenir con criterio propio y eso es algo demasiado peligroso porque en asuntos como el del 11-M, las culpas están repartidas... Nuestra democracia es demasiado imperfecta según los más exigentes. Por ejemplo, en nuestra democracia no es el Parlamento el que controla al Gobierno sino el Gobierno el que controla al Parlamento.

Sinceramente, no creo que el pueblo llano tenga ocasión de conocer la verdad y añado también que las barbaridades que España lleva soportando en materia de terrorismo es seguro que sería inicuo atribuirlas a la voluntad de ninguno de los dos partidos digamos dominantes; otra cosa es que no sepan concertarse seriamente en vez de pasarse el rato y los años echándose culpas que son de los dos, que tanto se imitan en el gobierno y en la oposición. Al menos, eso creo y pienso que no soy el único. Adolecemos de moral, no abunda ni en vida pública ni en la sociedad que la genera.