Como era de esperar en un país políticamente tan poco serio y desmembrado como España, la unidad nacional contra el coronavirus ha durado menos tiempo que un test rápido contra el bicho.

Dentro del Ejecutivo, en esa quevediana casa de médicos a palos que es la Moncloa, hace ya semanas que se tiraban los trastos, las máscaras y mascarillas, los decretazos a la cabeza. Ahora, en un Congreso inane y vacío, pero poblado de fantasmas, Gobierno y oposición acaban de partir peras a propósito de las últimas medidas de paro laboral.

Muchos se preguntan: pero aquí, ¿quién manda?; ¿quién piensa?; ¿quién pacta?

Como no se sabe muy bien, y teniendo en cuenta que, según las últimas encuestas, uno de los principales problemas del país son, para los españoles, sus políticos, ¿no habría preventivamente que confinar al Gobierno y a la oposición, relevándoles de toda actividad, incluido el teletrabajo?

Para sustituirlos, ¿por quién? No por ese Gobierno de emergencia propuesto por Santiago Abascal, pues cabría el riesgo de que lo formase él mismo, agravando la crisis, sino por un Ejecutivo de crisis integrado por expertos sanitarios capaces de diseñar una estrategia global.

Aunque, ¿contamos con dichos expertos? Fernando Simón, el hasta ahora portavoz, no consideraba, hace poco más de un par de semanas, otros riesgos que unos pocos contagios locales, focales, nada que ver con una pandemia ni con lo sucedido en China. Se equivocaba, claro, pero nadie acertó. Ningún otro médico y, desde luego, ningún político vio lo que se nos venía encima. Estaban ciegos, como de costumbre (me refiero a la casta), atentos solo a sus luchas tribales y a salir, eso sí, a diario en los telediarios, como siguen apareciendo a todas horas, ahora con trajes negros y corbatas de luto, pálidos como enterradores, intentando salir del paso en esta guerra invisible sin sufrir demasiadas bajas y sin gastar mucho, por lo que pueda venir después.

En lugar de unidad, desunión; en lugar de fortaleza, crítica y debilidad; en lugar de resultados eficaces, confianza en el azar.

Esa es la España oficial. Hay que confiar en la otra.