Los príncipes de Sussex, Enrique y Meghan, quieren trabajar. No desean seguir siendo figuras de primer grado de la familia real y aspiran a ser «independientes financieramente». Su anuncio ha creado indignación en el Reino Unido, donde se considera como un duro golpe a la institución y a Isabel II. Por su puesto, en el imaginario monárquico la mala favorita es Meghan, otra estadounidense que vuelve a liarla en la familia real británica después de la mala experiencia de Wallis Simpson con el filonazi Eduardo VIII. No es que Enrique le haya dado demasiadas alegrías a los Windsor, pero en términos estrictamente de culebrón monárquico (una razón de ser de una monarquía en el sigo XXI), vende mucho imaginar a Meghan maquinando para llevarse a Enrique a EEUU, y pasar de ser realeza a ser celebrity. A la que elijan bien los reality, sin duda debe de ser mucho más lucrativo trabajar en la liga de las Kardashian que en la de los Windsor.

El Megxit, sin embargo, tiene otra vertiente. Porque otra razón de ser una monarquía en el siglo XXI es justamente encontrar su sitio en la sociedad del siglo XXI, algo de eso sabemos en España. Se llama modernizar la institución, rejuvenecer a las familias reales, acercarlas a los grandes temas del momento, del cambio climático a la igualdad entre hombres y mujeres. Se trata, en definitiva, de explicarle a una sociedad moderna, culta, bien formada y cosmopolita que está cambiando a velocidad de vértigo las formas de trabajar, relacionarse y de amar que una institución hereditaria es la mejor forma posible de organizar la cosa pública simplemente porque siempre se ha hecho así.

El Megxit dice que no, que para una joven pareja pija hay cosas mejores que ser familia real, lo cual implica que la familia real no es lo mejor. Un mensaje casi subversivo. *Periodista