El grupo editorial Hachette ha dicho que no va a publicar en inglés las memorias de Woody Allen. En España anunció la publicación Alianza: estos días se confirmará si sale finalmente. Como escribió Elisa Martín Ortega sobre su película, yo quiero leer ese libro.

La decisión de Hachette se produce tras las presiones de Ron Farrow, hijo de Allen y uno de los periodistas que destaparon el Me Too, y las protestas de empleados de la empresa. El caso de Allen -las acusaciones de abuso sobre su hija Dylan- recobró relevancia con el Me Too, pero es distinto: aquello era una cuestión de estructuras, poder y sexo; esto es una disputa durante una separación. Quizá no sea necesario insistir en que la acusación contra Allen fue examinada y descartada en dos investigaciones diferentes y que nunca se llegaron a presentar cargos contra él. Tampoco debería hacer falta añadir que se confunde interesadamente la acusación con la relación con Soon Yi, hija adoptiva de Farrow, que era mayor de edad y que sigue siendo la pareja de Allen.

Con el Me Too, actores que decían admirar al director o cineastas cuya obra no existiría sin sus películas se dedicaron a condenarlo públicamente. No había ni un dato nuevo. Solo había cambiado el clima. A menudo eran los cineastas e industria que habían tolerado las predaciones, bien conocidas, de Harvey Weinstein. Fueron cobardes antes, cuando callaban, y fueron cobardes después, cuando acusaban. Lo único que importaba era la reputación.

Si solo se publicaran libros de personas de moral intachable, perderíamos muchas obras de interés. Buena parte de las obras de políticos polémicos, guerrilleros o delincuentes no saldrían. Los autores del pasado no resistirían la prueba: encontramos abundantes ejemplos de machismo y racismo en los mejores escritores. Aun creyendo por convicción metafísica en una culpabilidad que la justicia desmiente, Allen es uno de los mejores cineastas y escritores de las últimas décadas y su testimonio es interesante. Si es previsible el miedo de Hachette, resulta particularmente deprimente la protesta de los empleados: su paletismo moral y su combinación de mojigatería y crueldad ayudan a entender episodios de intolerancia de otras épocas y hablan muy mal de las carreras de humanidades. Hace años se retiraban libros potencialmente controvertidos por temor a las represalias de los fundamentalistas islámicos. Es curioso que a la amenaza externa a la libertad de expresión del terrorismo religioso se sume la amenaza interna de unos niñatos narcisistas, convencidos de su superioridad moral con la firmeza inquebrantable que da la ignorancia.