La quinta prórroga del estado de alarma se aprobó con más votos en contra que nunca por el 'no' del PP, por primera vez, y porque algunos aliados del Gobierno, como, por ejemplo, Compromís, votaron sorprendentemente en contra. Pero los 10 votos de Ciudadanos, que repitió el 'sí' a cambio de que la prórroga fuera solo de 15 días, y los seis del PNV inclinaron la balanza a favor de la continuación de la excepcionalidad. Una quinta prórroga que sigue siendo necesaria cuando tres zonas del país siguen en la fase 0, el 70% de la población está aún en la fase 1, y quedan dos fases más por alcanzar.

El voto y la actitud de Cs fueron los protagonistas de la sesión. En primer lugar porque condicionaron la duración de la prórroga poniendo en evidencia a Pedro Sánchez, que anunció por televisión un mes o más de periodo excepcional cuando no tenía las garantías ni los apoyos necesarios para conseguirlo. Esta marcha atrás para volver a los 15 días debería servir para que el presidente del Gobierno fuera más consciente de la debilidad parlamentaria con la que tiene que gobernar, y no se precipitara en lanzar anuncios que luego no pueden cumplirse.

Cs fue también protagonista porque determinó el voto contrario de algunos de los aliados de Sánchez en la investidura. ERC, Compromís y otros grupos acusaron al Gobierno de un cambio de aliados que tanto Sánchez como el portavoz de Cs niegan. Pero esos argumentos contra Cs, acusado de derechista, indican que se vota más por cuestiones estrictamente políticas que valorando la gravedad de la crisis sanitaria y la necesidad ineludible de atajarla. El portavoz de ERC, Gabriel Rufián, llegó a decir que esta sesión se llevaba por delante el espíritu de la investidura y la ilusión que creó, pero del mismo modo se le podría reprochar haber echado a Sánchez en manos de Cs planteando exigencias extemporáneas e inasumibles por el Gobierno cuando el objetivo único es la lucha contra la pandemia.

Votar contra el estado de alarma es una actitud irresponsable y más si se trata del primer partido de la oposición, que ha convertido la respuesta a una crisis dramática en objeto de lucha política. No hay alternativa razonable al estado de alarma, como afirma la propia Abogacía del Estado en un informe que Sánchez esgrimió contra Pablo Casado. Pero la decisión estaba tomada y el líder del PP endureció aún más el tono que empleó hace dos semanas. A la identificación de Sánchez con el caos, añadió la acusación de que actuaba «como pollo sin cabeza» y de que solo era capaz de proteger a los españoles con esta «brutal reclusión», y se preguntó si el presidente del Gobierno sabía lo que era la democracia. Aunque se acercó, Casado no llegó, como hizo Santiago Abascal, a culpar directamente al Gobierno de los más de 27.000 muertos.

En este sentido, la posición de Ciudadanos de desvincular su voto a favor de la prórroga de una posición política -aunque el partido haya recuperado el centro, mantiene los pactos con el PP- es digna de elogio. Debería ser una lección para todos los partidos, para que entendieran que España no se puede permitir este grado de crispación y de desunión en la crisis más grave desde la guerra civil.