En otras ocasiones ya me he referido al asfixiante e incuestionable triunfo de las políticas neoliberales, que está provocando unos destrozos profundos y de muy difícil reparación en nuestra sociedad. ¿Son conscientes de ellos los gurús de la economía, que diseñaron y elaboraron tales políticas? ¿Son conscientes de ellos las élites económicas, que ordenan su aplicación implacable? ¿Son conscientes de ellos nuestros dirigentes políticos, que se limitan a ejecutarlas? Si lo son, y a pesar de ello persisten en mantenerlas, son auténticos desalmados. ¿Son conscientes de ellos una gran parte de ciudadanos que, cual autistas, sumisos y sin pulso, las siguen tolerando? Por ello, de este auténtico albañal en el que estamos hundidos, hay muchos responsables: quienes diseñan estas políticas, quienes ordenan ejecutarlas, quienes las ponen en marcha y quienes las toleran.

Tales destrozos podemos comprobarlos a diferentes niveles. En el político, hablar de democracia hoy es una burla con el lógico desencanto, que potencia el crecimiento de fuerzas populistas, xenófobas, e incluso, neofascistas y que abren las puertas a peligrosos conflictos de alcance inimaginable. En el social, un aumento brutal de las desigualdades, según cálculos de Oxfam en 2014 las 85 personas más ricas del planeta poseían la misma riqueza que la mitad más pobre de la humanidad, y en España 20 personas acumulan tantos recursos como 14 millones de compatriotas. Esto es una locura. La pregunta pertinente no es cómo Bill Gates consiguió tal fortuna, qué es lo que no funciona en el sistema capitalista para que un solo individuo pueda alcanzarla.

También deberíamos tener en cuenta que detrás de cada fortuna hay un delito. En el económico, unas políticas basadas en el fundamentalismo de mercado y no en la solidaridad a las personas, que se mantienen a pesar de su incuestionable y demostrado fracaso, y que provocan la destrucción de la Tierra y el deterioro brutal de las condiciones de vida de millones de mujeres y hombres, arrojándolos a la precariedad y la pobreza. En el cultural, una pérdida de la capacidad crítica, al haberse impuesto una hegemonía ideológica apabullante e incuestionable, que ha destruido la posibilidad de pensar la alternativa. ¿Qué pensarían hoy de nosotros los Rousseau, Diderot, Voltaire y Montesquieu? En el ético no menos grave, ya que los únicos valores vigentes hoy son aquellos que están dirigidos exclusivamente a la búsqueda del beneficio económico. Es evidente que la manera actual de organizar la convivencia con la expansión imparable del individualismo insolidario y egoísta socava todo proyecto político colectivo, y que por ello una posible reparación en un futuro será una tarea muy complicada. Las generaciones futuras con todo derecho nos responsabilizarán de esta herencia siniestra.

John Holloway en su libro Agrietar el capitalismo, nos proporciona una metáfora muy adecuada a la situación actual, para lo que recurre a una pesadilla inspirada en el cuento El pozo y el péndulo de Edgar Allan Poe. Estamos todos en una habitación de 4 paredes, un techo, un piso y sin ventanas ni puertas. La habitación está amueblada, algunos, los menos, están sentados cómodamente, otros no. Las paredes van avanzando hacia el medio gradualmente, unas veces más lenta, otras más rápido, incomodándonos cada vez más, siempre avanzan, por lo que podemos ser aplastados. Surgen discusiones en la habitación, pero en lo esencial giran sobre cómo arreglar el mobiliario. De vez en cuando hay elecciones acerca de cómo colocar los muebles. Las elecciones tienen su importancia, ya que con ellas algunos se sienten más cómodos, otros menos, pueden, incluso, afectar a la velocidad del movimiento de las paredes, pero no sirven para detener su avance.

A medida que las paredes se acercan se producen reacciones diversas. Algunos no quieren verlo, encerrándose en el mundo de Disney y defienden con tenacidad las sillas que ocupan. Otros ven el peligro y lo denuncian, construyen un partido con un programa radical y esperan que en el futuro no habrá más paredes. Otros se lanzan contra las paredes y tratan de hallar grietas por debajo de la superficie o de crearlas dando grandes golpes. Esta búsqueda y creación de grietas es una actividad práctico-teórica, un arrojarnos físicamente contra las paredes y también un reflexionar y buscar las grietas. Las dos acciones son complementarias, la teoría sólo tiene sentido si se la entiende como parte del esfuerzo desesperado por hallar una salida, por crear grietas que reten el avance imparable del capital, de las paredes que nos están empujando hacia nuestra destrucción. Estamos locos. Tanto quienes defienden sus sillones y discuten la ubicación del mobiliario en el momento previo a las elecciones. Como los que corremos buscando, viendo grietas que son invisibles para los que permanecen sentados en sus sillones (incluso si las vieran --si lo logran--, las considerarían como cambios en el diseño del empapelado y las bautizarían como "nuevos movimientos sociales"). Lo más inquietante es que quizá tengan razón: quizá estemos locos nosotros, quizá no haya salida y las grietas sólo estén en nuestra imaginación. Quizá la vieja creencia revolucionaria se desvanece. Quizá no exista un final feliz. Profesor de instituto