La obscura confesión del Molt Honorable acerca de su comportamiento con algunas obligaciones cívicas esenciales, más allá de la gravedad de los hechos, muestra la podredumbre de una de las clases políticas más alejadas de su ciudadanía. Pujol no es un dirigente político que, como otros, cumple su ciclo, con más o menos aciertos, y es sustituido por otro dentro del proceso democrático normal. Pujol ha sido un régimen que ha impregnado la forma de afrontar la política a prácticamente todo el arco político en Cataluña y no solo a los suyos. Pujol consiguió transformarse en la esencia de Cataluña de forma que cualquier reparo a sus actuaciones era un ataque contra Cataluña. Ni chistes se podían hacer de Pujol (El País, 30/7/2014), lo que no ocurría ni con Franco.

El totalitarismo catalanista es la marca de Pujol, algo que no había existido nunca en la historia del catalanismo ni en los tiempos remotos de principios del XX, con la Lliga Regionalista, ni en la dictadura o la transición democrática. Una transición a la que Cataluña aportó dos constituyentes, Solé Tura de izquierdas y Roca. Desde Cataluña como desde el resto de España, desde la propia Asamblea de Cataluña, órgano que aglutinaba a casi toda la sociedad civil, el lema era: Libertad, amnistía y estatuto de autonomía, dando paso a una constitución ampliamente votada. Muchísimo más aceptada que el último Estatut (4 años de Estatut!!!!) en el que votó menos del 49% del censo.

¿Qué ha pasado durante este periodo de pujolismo? Se ha instalado una atmósfera totalitaria que solo permite una visión de la vida desde la óptica nacionalista. Digo totalitaria porque, bien engrasada económica y mediáticamente, se impone a cualquier otra perspectiva. Lo hace sin violencia física, pero sí de forma agresiva y no pacífica: la amenaza de rechazo y de exclusión de la tribu a todo aquel que no piense como ellos. Se trata de un populismo identitario que, como señala Gallie (El malestar de la democracia, 2013) es "el sueño de un pueblo simple, la posición de quien no quiere esforzarse por entrar en la realidad efectiva". Es en esa situación de mentiras históricas y fantasías paradisiacas donde calan eslóganes simples como España nos roba. Esto es lo que, con tiempo, paciencia y muchos intereses de diferente signo, ha tejido el pujolismo y ha sido asimilado por los políticos catalanes. Bebiendo de esta pócima se permitía desnaturalizar o justificar ataques a la ciudadanía y otras fechorías del tipo de las de Banca Catalana en los 80, casos Prenafeta y Alavedra, caso Palau, denuncia en sede parlamentaria por el entonces president Maragall de las mordidas del 3%, embargo de la sede de Convergencia (lo que nos acerca más a sistemas políticos de otras latitudes que a los europeos) y las políticas económicas y sociales de esos gobiernos. La confesión de Pujol ha dejado desnudos a sus escuderos ideológicos, mediáticos y políticos.

Pero para mí, lo más grave de este escenario de mentiras ocultas detrás de una bandera es que la izquierda no aparezca para recuperar el espacio democrático y ciudadano en Cataluña, con una política de radicalidad democrática, de defensa de los agredidos y de los derechos ciudadanos en general. Porque la postura de algunas fuerzas de izquierda expresando compungidamente su "decepción" por el comportamiento del muy honorable, no restaura el daño de que se nos acuse a millones de ciudadanos de ladrones o de que violenten nuestra situación personal obligándonos, unilateralmente, a jugar en un campo de una dimensión más reducida y con unas reglas de juego cambiadas ¿De dónde les viene la decepción? ¿En qué país vivían estos políticos cuando lo de Banca Catalana y todo lo demás? Cuando desde la propia Convergencia se plantean la refundación del partido, ¿la izquierda solo siente decepción por lo de Pujol? ¿A nadie se le ocurre pedir la disolución del Parlamento y unas nuevas elecciones?

La clase política catalana está abducida por el nacionalismo y este tremendo shock no ha sido suficiente para que la izquierda recupere sus esencias. Salvando distancias, en año de varias efemérides --1714, 1914--, en momentos de delirios y euforias colectivas, esto me recuerda mucho a lo que recogía Stefan Zweig en sus memorias El mundo de ayer, lo alegres que fueron muchos europeos a la Gran Guerra y qué pronto aprendieron y lamentaron su desarrollo y sus consecuencias.

Profesor de la Facultad de Ciencias Sociales y Trabajo de la Universidad de Zaragoza.jmlasie@unizar.es