En la noche del domingo, no solo Susana Díaz y Teresa Rodríguez sintieron (sobre todo la primera) el amargo sabor de la derrota, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias también sufrieron el vértigo y el mareo que atacan a quienes fracasan. El socialista tal vez pudiera consolarse suponiendo que el vuelco es achacable al susanismo y no a su propia visión de lo que la socialdemocracia debe ser. O al de Podemos, a su vez, quizás le sirviera un pensamiento semejante: los que perdieron la partida en el sur fueron los anticapitalistas, no el pablismo auténtico y verdadero. Pero ambos habrán de enfrentarse hoy a una realidad muy poco grata: las derechas no solo ganan, sino que avanzan desde sus nuevas marcas, una de las cuales se acaba de consagrar como la versión hispana del paleoconservadurismo, Vox.

Varios presupuestos teóricos acaban de fallar en Andalucía, y sin duda alguna ello tendrá repercusión en el resto de España. Hemos visto cómo la socialdemocracia carece de un suelo electoral antisísmico, y cómo la izquierda alternativa es incapaz de ocupar los espacios vacíos y aproximarse siquiera a sorpasso alguno. En Andalucía muchos simpatizantes de las izquierdas, cansados y aburridos, no acudieron a la cita con las urnas... y otros que sí se hicieron presentes cambiaron el signo ideológico de su sufragio. Otra rectificación necesaria: Vox no será un calco de Fuerza Nueva, no será una inquietante pero testimonial referencia. De repente ha adquirido un potencial considerable. Probablemente porque la simplificación ultraconservadora ha sido favorecida por la deriva de los otros partidos de derechas, sobre todo el PP. Pero ante todo porque los de Abascal encajan en la actual situación. Desde el momento en que se rompió la unidad de los conservadores españoles, el radicalismo neofranquista o paleoconservador o fascistoide tenía hueco... por mucho que nos negásemos a reconocerlo. Así va el mundo.

Sánchez e Iglesias están noqueados. Casado asiste maravillado al milagro de una derrota convertida en victoria. Vox acojona a todos.