Mucho se ha comentado durante los últimos días sobre la radio y su papel como medio esencial de comunicación y entretenimiento, eje de un protagonismo que solo decaería con la creciente implantación de la televisión, su gran competidora. La pequeña pantalla enseguida absorbió, arrolladora, los contenidos más populares, si bien su hegemonía fue más dudosa en cuanto a programación cultural e informativos. En la confrontación entre el poder de la imagen y la ductilidad de la radio que, entre otras ventajas, ofrece la posibilidad de realizar múltiples tareas compatibles con la audición, parecía que la radio caminaba hacia una ineludible agonía. Obvia y felizmente, tan aciago destino no se ha cumplido; asistimos hoy a una revalorización de la radiodifusión como un medio cercano y flexible, en el que, además de su proximidad e inmediatez, han cobrado gran importancia las emisiones musicales, sean de las últimas tendencias o de música clásica, así como los espacios culturales.

Desde aquellos entrañables programas como Ustedes son formidables del que Alberto Oliveras hacía eco de solidaridad, a la esplendorosa proliferación de voces amigas en la actualidad, se ha abierto un venturoso nicho donde la difusión de programas de alto valor rivaliza con éxito frente a emisiones banales y retransmisiones de espectáculos deportivos, perspectiva muy distinta a la que nos brinda la caja tonta, donde lo trivial siempre termina por contaminar todo aquello a lo que se le abre la puerta. Cuando tanto se habla y escribe, con funestos augurios, acerca de la muerte de canales de comunicación, resulta reconfortante contemplar como, uno tras otro, tales vaticinios resultan infundados. A través del cambio y la evolución adaptativa, germina vida.