La reciente celebración del Día Internacional de la Radio invita a una reflexión sobre el cardinal papel que este medio desarrolló en el pasado y su cuestionada vigencia actual. Antaño, radiodifusión y prensa escrita dominaban el panorama de los medios de comunicación. En tanto que los periódicos prevalecían en los sectores más cultos de la población, la radio permaneció orientada hacia el gran público, a la par que divulgaba de forma insidiosa una imagen tópica de la mujer, subordinada a las tareas hogareñas. Programas muy populares, como Elena Francis, tras el que se escondía un completo equipo de asistencia, alcanzaron gran arraigo en devotos seguidores, tal y como también lo hicieron concursos, series y radionovelas; contenidos perfectamente equiparables con los que hoy dominan en la parrilla de muchas cadenas de televisión, hasta el punto que fue la tele, con la incorporación de la imagen, el implacable rival de las emisiones radiofónicas. Ante tal panorama, fueron muchos quienes auguraron la total e inmediata desaparición de la radio.

Los tiempos han cambiado, sin duda, pero el funesto vaticinio no se ha cumplido. La clave reside en la adaptación a un nuevo escenario y condiciones, acomodación forzosa para todo lo que existe, sometido a constante e ineludible evolución. Hoy, la radio está viva, muy viva. Y ha salido ganando en cuanto al nivel de su programación, ahora básicamente integrada por música, informativos y contenidos culturales, con emisiones específicamente dedicadas a satisfacer la demanda muy concreta de oyentes fieles, de modo que la radio perdura firmemente anclada en su nicho de audiencia. Entretanto, y sin perspectivas de reconversión, resulta muy triste que la banalidad y la programación más zafia señoreen el horizonte de tantos medios de comunicación.H

*Escritora