Mariano Rajoy se ha desmarcado con educación, pero sin ambigüedad, de José María Aznar. Era su obligación después de que el expresidente del Gobierno discrepase del discurso oficial de su partido al cuestionar la legitimidad de la victoria socialista del 14-M, rechazase cualquier reforma de la Constitución española y se burlase del texto constitucional europeo pactado en Dublín y aceptado por quien dirige ahora su propio partido. El actual secretario general del Partido Popular ha tenido que recordar en público, para que le oiga Aznar y el resto de la opinión pública, que tiene plenas atribuciones para fijar la política del PP. Hace poco, el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, le reconocía a Rajoy el mérito de haber mantenido centrado al PP tras la derrota electoral y evitar la tentación de la "nostalgia y las actitudes radicalizadas". Es ese radicalismo lo que asomaba en las palabras de Aznar. España necesita una derecha europea, abierta al diálogo y moderna, no una derecha del resentimiento y la intolerancia hacia los adversarios políticos y recelosa de la voluntad libremente expresada por los ciudadanos. Esa intolerancia existe, está en el ala derecha del PP y es bastante congénita con Aznar.