Durante la semana pasada, el preconcebido guion que siguen los acusados en el juicio contra la Gürtel valenciana abundó en confesiones apabullantes. No sé si Costa es un traidor ni sé qué cosa es Camps. Tampoco me atrevería a afirmar, como hizo aquí (y muy bien) mi colega Antón Losada, que la mísera historia de la caja B del PP está siendo reescrita a la medida del interés procesal de algunos imputados y del interés político del gran jefe de toda la movida, don Mariano Rajoy.

Este da por sentado que los notables y extensos episodios de corrupcúion que salpican a su partido ya están amortizados. La gente, dicen él y su camarilla, acabará dejándose arrastrar por la euforia de la recuperación económica... o por el miedo a un futuro repleto de amenazas y riesgos. De ahí que el supermandamás conservador haya decidido llenarnos de confianza y alegría proponiéndose para seguir gobernando España de aquí a la eternidad. De momento ya es el baranda que más años ha estado en el Ejecutivo. Más que González. Qué fiera.

Tengo mis dudas sobre la amortización del merdé genovés. Don Mariano se ha empeñado en limpiar la mancha pasándole por encima papel de cocina o de water. Pero siempre queda algo, una huella, un residuo, un hedor, un repugnante tacto aceitoso. El electorado de derecha más atento (más joven, más urbano, más culto) quiere ya otra opción. Ver al actual presidente negar a sus viejos amigos (ahora son, «esas personas de las que usted me habla») y negarse a sí mismo da grima. Escucharle cuando afirma que la Ley es la Ley y nada hay sin la Ley ni al margen de la Ley produce sarpullido. Comprarle esa recuperación económica de la que habla, que no garantiza trabajos estables ni sueldos dignos ni pensiones ni servicios ni apenas nada, solo está al alcance de personas muy crédulas o muy entregadas.

Creo que el PP tiene un problema que se llama Mariano Rajoy y del que no va a poder librarse, porque el Don, ¡ay, madre!, manda un huevo, lo controla todo... y nadie se atreve a darle por amortizado.