Corría el año 2004. Rajoy, de visita en Baleares, comparte escenario en un mitin con el entonces presidente de las islas, Jaume Matas. En su intervención, Rajoy marca su ideario político caso de llegar a alcanzar la presidencia del Gobierno de España: haré con España, le dice a Matas, lo que tú has hecho con Baleares. Y se puso manos a la obra.

Puede decirse que toda la acción política de Rajoy ha sido consecuente con esa afirmación. En estos años, el PP ha extendido el modelo de acción política que Matas en una orilla y Zaplana, Camps, Fabra y Valcárcel en otra, habían aplicado en toda la costa mediterránea: privatizaciones a mayor beneficio de empresarios de su cuerda en procesos en los que las mordidas económicas, personales o partidarias, estaban a la orden del día. Lucro personal y hegemonía política, a través de una tupida red clientelar, de unos medios de comunicación manipulados hasta el extremo, discurren de la mano. La corrupción y la manipulación de los medios de comunicación públicos bajo su control --Canal 9, Telemadrid, TVE-- se ha extendido, imparable, como una mancha de aceite.

A IMAGEN de Rajoy, y de sus secuaces, España, esa patria con la que se llenan la boca, se ha convertido en un esperpento, en la indescifrable imagen de un espejo adulterado. Tenemos, por un lado, aeropuertos sin aviones, autopistas sin coches, bancos rescatados, por otro, personas expulsadas de sus casas, hospitales saturados, escuelas masificadas: políticos y empresarios sin decencia y sin vergüenza alguna, al tiempo que se lo llevan crudo, hacen caso omiso a las necesidades más elementales de una población a cada paso más indignada. Escuchar hablar a la presidenta del Círculo de Empresarios, al presidente de la patronal madrileña, al presidente de los empresarios, oírles denigrar a los trabajadores mientras ellos, que viven a cuerpo de rey (de este y del anterior), dibuja el mapa de una fractura social que se hace difícil de negar.

Vivimos bajo el poder de los corruptos. Y, además, de los inútiles. No solo se aprovechan de lo que es de todos para convertirlo en un negocio, sino que, encima, lo gestionan desastrosamente. Los que se llenan la boca hablando de la ineficacia de lo público, construyen autopistas por las que nadie circula y que tendremos que pagarles, construyen depósitos marinos que provocan terremotos, que hay que cerrar y que habrá que pagarles, hunden con eficacia cajas y bancos que luego tenemos que rescatar. Si la gente normal mostráramos en nuestros trabajos el nivel de estulticia e irresponsabilidad de esta sorprendente élite social, no duraríamos dos días.

España es una ciénaga, asentada en unas prácticas, la complicidad delictiva entre políticos y empresarios, heredadas del franquismo, pero que, lejos de eliminarse, persisten, con momentos de mayor o menor pestilencia. Rajoy está consiguiendo la dificilísima tarea de superar en corrupción la época de Felipe González. Y ha cumplido fielmente su palabra: hacer de España lo que el delincuente Matas hizo de Baleares. Habrá que ver si comparten, además de proyecto político, también, futuro.

Que hay que echarles es una evidencia. Que hay que cambiar el sistema, abrir de par en par las ventanas para que entre aire fresco, una necesidad ineludible. Que hay una mayoría social hastiada de esta situación, se constata día a día. Que es posible hacer una política, desde la honradez, para la mayoría social, no cabe duda. Sería una irresponsabilidad que quienes estamos convencidos de ello y tenemos que servir de catalizadores de un amplísimo proceso de transformación social y participación ciudadana nos dedicáramos a perdernos en cuestiones accesorias y no atendiéramos a la fundamental: cambiar las cosas. Si estamos persuadidos de que la atmósfera es irrespirable y tóxica, apliquémonos a limpiarla. Lo demás será hacerle el juego, como siempre, a los de siempre.

Profesor de Filosofía. Universidad de Zaragoza