Erecto, aire curial cual buen registrador, en la memoria su voluntad de gregario a punto de convertirse en capo de una serpiente multicolor que aspira a liderar, Mariano Rajoy se travistió de primer espada en la plaza de la Misericordia. Me pareció, si embargo, picador de lujo, roqueño y cargando bemoles hacia la derecha, la pica, no obstante, muy bien centrada, como no podía ser menos en gente circunspecta y de orden. Varilarguero de lujo --¿dónde estaba el maestro, aquel Aznar padrino de bodas de la dama Rudi (tan ausente y distante) y devoto visitante de la Basílica en Pilares?--, ejerció su suerte con la misma valentía que Agustina en su día. Fue capaz de vender agua para todos, la presidenta en funciones del Congreso de los Diputados (señera miembro de la peña Madroñera) más sosa que nunca, y los subalternos atados por el agua y las ausencias, manteniendo el tipo en versión Atarés y Alcalde. Pero hasta el rabo todo es toro y en el albero se desparramó una ilusión, empate a seis, aunque los más optimistas apostaban por un ocho a cuatro. Pobre Aragón, tan dubitativo a estas alturas de la corrida, o si lo prefieren, del transcurrir del agua...

*Profesor de Universidad