El Instituto Nacional de Estadística despidió el 2019 con un dato que confirma la desaceleración económica de España: el producto interior bruto (PIB) creció en el tercer trimestre del año el 1,9% interanual, quedándose por primera vez desde el 2014 por debajo del umbral del 2%. La cifra no puede considerarse buena, especialmente cuando va acompañada de otros datos, como la menor creación de empleo o el poco dinamismo de las exportaciones. Si a esto añadimos el hecho de que este 1,9% del PIB es además una décima inferior a lo que había estimado inicialmente el INE, la situación obliga a estar vigilantes. Será clave en este sentido la cifra del cuarto trimestre y final de año, para comprobar si se cumple la previsión del Gobierno de acabar el 2019 en el 2,1%.

Con todo, no hay que caer en el fatalismo, ya que el escenario sigue siendo de crecimiento económico. La demanda nacional logró contrarrestar la peor evolución del sector exterior. Merece la pena poner en valor el dato de la inversión, que aumentó el 1,7% en el tercer trimestre frente al retroceso del 0,2% en el segundo, y que podría ser un tímido síntoma de mayor confianza empresarial.

También es conveniente ampliar el zum y contextualizar la ralentización del PIB español en el tercer trimestre: entonces, las tensiones comerciales entre EEUU y China eran más intensas que ahora y el Reino Unido aún no había celebrado las elecciones generales que dieron vía libre a Boris Johnson para desencallar su plan del brexit. Estos dos asuntos están lejos de resolverse, y seguirán estando en la agenda económica del 2020, como también lo estará cualquier episodio que altere el polvorín de Oriente Próximo. La economía española no es ajena a las tensiones geopolíticas globales que afectan al conjunto de economías del mundo. Un Gobierno estable y duradero que empiece a actuar cuanto antes será la mejor manera de hacer frente a los desafíos que surjan en el año que comienza.