Las numerosas tramas de corrupción que han aflorado en los últimos días pueden terminar, como dice el refrán, por impedirnos ver el bosque en el que se encuentran. Por ello, más que hacer leña del árbol caído, conviene reflexionar sobre cuál es el caldo de cultivo que ha abonado de tal manera estas ramas bordes en nuestro país. Es evidente que no han surgido de la nada, sino que se alimentan gracias a un sistema de riego de privilegios perfectamente diseñado para modificar la distribución natural de recursos en favor de unos pocos. Esa retahíla de distinciones honoríficas, condecoraciones, títulos nobiliarios y honores que se conceden de forma arbitraria y que hemos asumido con normalidad e incluso aplaudido durante nuestra larga historia es incompatible con la equidad y transparencia que requiere un sistema democrático. Más cuando la excepción se convierte en norma como ha ocurrido durante los años de bonanza y los privilegios de unos pocos terminan por consumir los recursos del resto. Sirva como ejemplo las menciones honoríficas de la Comunidad de Madrid a Francisco Granados o la de Andalucía a Isabel Pantoja, retiradas esta semana por el patente estado de descomposición de ambos. Sin embargo, esta leve poda no implica la renuncia del sistema de privilegios, como lo demuestra el tercer grado penitenciario concedido al expresidente balear, Jaume Matas, o el honor que ha disfrutado esta misma semana otra presunta corrupta, la alcaldesa de Alicante, Sonia Castedo, de darle la mano al rey Felipe VI y, a la sazón, jefe del Estado de España. Y como ramas que se entrelazan, hoy sabremos si su hermana, la infanta Cristina, es imputada en otra trama corrupta. A ver.

Periodista y profesor