Los desgraciados recortes presupuestarios derivados de la última y (dicen) superada crisis económica han afectado a numerosos proyectos de investigación en España. Que siempre ha sido, aunque muchos no lo sepan, un país puntero en estas vanguardias, con varias generaciones de científicos ligadas a muchos de los descubrimientos más asombrosos en materia biomédica y génetica, cuántica, espacial, nuclear, etcétera...

Los medios materiales al servicio de la investigación no siempre (más bien, casi nunca) han ido al par de nuestros talentos. Gráfico ejemplo de ello sería el que nos relata el neurólogo Esteban García-Albea en su nuevo trabajo Su majestad el cerebro. Historia, enigmas y misterios de un órgano prodigioso (Editorial La Esfera de los libros).

En la Residencia de Estudiantes, en los años 20, se daba un incesante trasiego de científicos extranjeros de enorme renombre. Acudían a visitar al gran Santiago Ramón y Cajal. El sabio aragonés recibía en su laboratorio a Penfield, De Fano, Turquini, D’Ancona, Brusco o Myskolczy, algunos de los cuales llegarían a ser Premios Nobel en materias como neurología, microglía o histología. Sin excepción, todos se asombraban de la modesta dotación técnica del laboratorio. Carencias, abandonos y frustraciones que Cajal intentaba suplir con su extraordinaria inteligencia y voluntad, consiguiéndolo, incluso, en algunas ocasiones.

Oímos con frecuencia decir a nuestros políticos que España es un gran país. Y es cierto, pero no es verdad que sea una gran potencia. Para ello debería invertir mucho más en investigación y desarrollo, apostando por las materias en que los científicos españoles destacan en mayor medida, tanto como Esteban García-Albea viene destacando en la Universidad de Alcalá, donde imparte clases de Neurología.

Su majestad el cerebro, siendo un libro de divulgación, resume y expone con precisión y claridad los principios de su conocimiento y las actuales investigaciones, desde las primitivas técnicas frenológicas a los complejos estudios computerizados que tratan de atribuir las funciones intelectuales a determinadas zonas cerebrales, y a comprender el funcionamiento de las neuronas.

Un reto que ya apasionó al gran Ramón y Cajal y que sigue interesando hoy a la comunidad científica, lastrada por la cicatería inversora.