Acaba el verano sin que el virus haya dado la más mínima tregua sanitaria gracias, entre otras malas razones, a esas «no fiestas» en las que incluso no ha faltado el tradicional rancho de vaquilla. Así que entramos en el otoño con la epidemia descontrolada, la Atención Primaria al borde del colapso, los sanitarios derrengados y los hospitales conteniendo la respiración porque lo peor está por llegar.

Pese a las medidas restrictivas y los confinamientos selectivos España no logra controlar la expansión del virus, que cabalga descontrolado desde las residencias de mayores a las guarderías. ¿Qué leches estamos haciendo para liderar, junto con Brasil, Bolivia y Estados Unidos, los índices de contagios? Algunas respuestas las encontraremos en esos hormigueros humanos en que se han convertido algunas terrazas de Zaragoza. Hablo de lo que veo, y lo que veo es que la aparición de la Policía Municipal solo sirve para que las mascarillas vuelvan a su sitio por unos minutos.

Hablo de lo que escucho, y lo que escucho, entre risas y cervezas, es que hay que participar en la huelga estudiantil para exigir más seguridad en las aulas. Mira tú, qué responsables. Dirán que nuestra sociedad no está preparada para asumir responsabilidades individuales en beneficio de la colectividad, y niego la mayor porque la irresponsabilidad es minoritaria, pero muy persistente y extremadamente dañina.

Anteayer mismo, la revista científica 'The Lancet' consideraba «muy preocupante» la situación de España, el país europeo con más transmisión comunitaria mientras el sistema sanitario barrunta catástrofe. ¿Y qué creen que hicieron el Gobierno y el Parlamento entero en su rancho de ayer? Pues salpicarse porquería política, afanarse en la anulación de las sentencias franquistas y abrir debate sobre la Monarquía, entre otras de sus inexplicables urgencias. ¡Y sin vaquilla!