Entre los políticos españoles no hay ningún escritor, pero todos están obsesionados por «el relato». Como si, de la práctica de contar las cosas, más que de hacerlas, se estableciese una verdad.

Así, por ejemplo, en lugar de haber inspeccionado periódicamente las residencias de ancianos, donde el covid-19 ha llevado a cabo una verdadera matanza, se cuenta a la gente que, al pertenecer dichas residencias a fondos buitres, están en manos, o a los pies, del cruel neoliberalismo. En vez de llevar una contabilidad real de los fallecidos por la enfermedad, se atribuyen los fallos del cómputo oficial a las comunidades autónomas o a diagnósticos erróneos. En lugar de reformar la ley electoral y la España asimétrica para equilibrar las competencias autonómicas y desincentivar el voto nacionalista, se echa la culpa a los indepes. Todos los partidos intentan convencer al votante de la verdad de sus creencias o de sus acusaciones. Para ello juran, denuncian, se insultan... Cualquier cosa a cambio de sembrar un dogma o una duda en la mente de un ciudadano español confinado, híperexcitado y desorientado por las versiones de sus representantes, actores de una mala cinta de pandemia de serie B.

Mucho mejor actuaban los protagonistas de Rashomon, la película de Akiro Kurosawa cuyo mágico guión ofrecía una versión distinta según quién la contara. En apariencia, los hechos argumentales sostenían que el bandido Tajumaru había asaltado en el bosque a un rico samurai, violado a su esposa ante su humillada vista y dado luego muerte al noble japonés. El bandido Tajumaru, sin embargo, sostenía haber sido seducido por la bella mujer del samurai, quien harta de sus humillaciones, vio en él un libertador. La dama contaba algo muy diferente, y distintas serían asimismo las versiones de otros testigos… hasta sumir al espectador en el desconcierto y, tal vez, en un sorprendente descubrimiento: el de que la realidad, tal como sencillamente queremos entenderla, deja de existir en cuanto entra en juego la subjetividad.

Eso es lo que buscan los relatos de los políticos: trocar la apariencia en la más atractiva verdad con respecto a hechos pasados.

Kurosawa lo hacía con arte. Nuestros dirigentes, sin ninguna gracia.