Carlos López Otín es el mayor genio de las letras. Únicamente con los cuatro caracteres A, C, G, T, de una banda de ADN ha resuelto novelas de suspense y tragedias, ha descifrado el código genético de dramas como el cáncer o el envejecimiento. Hasta escribe poemas cargados de esperanza cuando atiende a niños en pueblos perdidos y trata de romper su maldición escrita en nucleótidos.

Aun así, su nombre no suena en las quinielas de los Nobel de literatura, sino en los de medicina. Tal vez ese sea su pecado. Él, que nunca ha reclamado premios, que muere de vergüenza cuando se los mentas, que siendo Doctor Honoris Causa por la Universidad de Zaragoza y Medalla de Oro de las Cortes de Aragón, sabe que no es más que un bioquímico, un chico de Sabiñánigo y que, por eso, alguien trataría de impedir a toda costa que alcanzase el Olimpo.

Él va a lo suyo y, sin ser paranoico, hace tiempo que se percató del acoso desmedido que sufre. Imagino que un día descubres que a tus 5.000 ratones los han matado con un virus relacionado con la leucemia (hace falta ser canalla para asesinar a 5.000), y otro día te enteras de que, por un ínfimo detalle, te han anulado ocho artículos de gran impacto. Alguien podrá pensar que es una nimiedad, pero es un obús directo a destruir la carrera de cualquier investigador.

El profesor López Otín no necesita que alguien como yo salga en su defensa. Creo que es consciente de que no existe nadie, casi nadie, que no lo admire y lo quiera. Quien le ha denunciado, ha tenido que hacerlo desde el anonimato. ¿Quién puede decir algo negativo de este científico sin que se le caiga la cara de vergüenza? ¿Quién es capaz de matar para fines tan extra-científicos a un ratón modificado genéticamente?

Soy el primero en reconocer que los «fallos» encontrados en esos ocho artículos no deben seguir presentes en su historial, aunque ni las conclusiones ni las citas invaliden su calidad. Si además observamos que son más de 400 sus publicaciones, que su equipo es inmenso y que eso puede implicar cierto margen para el error, lo justo sería invitarle a rectificar, de eso va la ciencia y no de levantar hogueras.

Me uno al rector de la Universidad de Oviedo, las universidades serias deben emprender acciones judiciales para preservar la reputación de los suyos, pero sobre todo, para evitar que cualquiera guiado por la envidia venga a pisotear los avances.

*Escritor y profesor de la Universidad de Zaragoza