Necesitamos formar parte de algo, bien sea una familia, un grupo, ya que de esa forma experimentamos una grata satisfacción y esa idea de pertenencia nos da seguridad y nos cobija. Hace unos días me encontré con una conocida, se alegró al verme y me dijo que estaba casi como siempre, a lo que yo contesté que ella estaba igual, igualita, en esa forma tan escueta con la que buscamos zanjar conversaciones. Pero ella no quería marcharse y me dijo que iba a entender su historia, y me contó que estaba desolada porque sus primas, segundas especificó, pero las únicas que tenía añadió, habían celebrado una cena para reencontrarse y que a ella no la habían invitado. "Solo somos cinco y soy la única a la que no han invitado", aclaró. "¿Te lo puedes creer?" No supe muy bien qué decir y dejé que siguiera hablando y me contó lo que sus padres habían hecho por ellas cuando eran unas chiquillas, me dijo que no pensaba dirigirles la palabra y yo comprendí que su idea de pertenencia a algo se había roto y eso le causaba dolor. No tanto porque quisiera a sus primas, sino por saberse aislada de ese grupo que era el de su propia familia. Nos despedimos amablemente y yo le deseé suerte: todo con urgentes mascarillas.

Cuando me disponía a tomar la calle Alfonso recordé el día en que mi hermana y su amiga nos dijeron a una amiga y a mí que ya no podíamos ir a la piscina con ellas, porque ellas eran cuatro años mayores y si estábamos nosotras los chicos no se acercaban. Mi amiga y yo suplicamos para que no nos dejaran solas, pero todo fue inútil. Esa misma tarde mi amiga y yo fuimos a la piscina a la que íbamos con mi hermana y su amiga y recorrimos todos los grupos de chicas mendigando amistad. En todos fuimos rechazados porque no éramos de su grupo ni de su barrio. Luego, recuerdo, nos cogimos de la mano y salimos de allí y fuimos hasta El Pilar donde rezamos a la Virgen para que mi hermana y su amiga nos volvieran a aceptar, pero todo fue en vano y al acabar el verano mi hermana se marchó a Madrid.

No sé si ese verano, en el que nos dieron puerta, ligarían y besarían mucho, lo que sí sé es lo mucho que nosotras lloramos. En ocasiones le he recordado a mi hermana esa historia, ella no la recuerda y me dice que yo era una niña sensible y solitaria. Me callo, pero me gustaría decirle que aquel verano lo aprendí todo sobre la soledad, a la que convertí en mi mejor amiga porque ni exige ni espera nada, y pertenecer a su grupo es razonablemente perfecto.