Los dirigentes del Real Zaragoza confirmaron ayer el despido del entrenador Paco Herrera. Una decisión que planeaba desde hace semanas, en paralelo a los últimos e inaceptables resultados deportivos del equipo, con tres puntos conseguidos de los 21 en disputa. Y lo que es más grave, estando más cerca del descenso a una categoría impensable para el Zaragoza que de las posiciones de ascenso a Primera, su sitio natural en la historia. Como siempre, la destitución del míster supone un intento de catarsis para espolear el espíritu de una plantilla de bajísimo nivel, cuya escasa calidad en todos detalles necesarios para la práctica del fútbol no es ajena a la situación actual del equipo. Pero la categoría de los jugadores no es responsabilidad suya, sino de quienes les consideraron adecuados para una empresa que les viene grande. A unos y a otros, incluido el propio Herrera, que ha fiado a la esperanza de un largo calendario una recuperación que, en el fondo, él sabía improbable. Si una vez hubo de elegir entre la sinceridad de denunciar un proyecto deportivo imposible y su contrato, optó por lo segundo. Así que poca gloria se lleva.

Su cese también será utilizado por los dirigentes del club como apagafuegos de un incendio del que son responsables. Una barrera más en su intento de evitar que las miradas de los socios y aficionados fulminen a los gestores del desmoronamiento de una entidad que aglutinaba sentimientos más allá de los deportivos, de representación de una ciudad y sus valores. Desde el accionista mayoritario, Agapito Iglesias, auténtico ejecutor de esta caída a los infiernos que ha arrastrando por el suelo el respeto que el club se había ganado en su historia, hasta los sucesivos corifeos que desde su nefasta llegada le han secundado en las labores de hundimiento por incapacidad o por intereses crematísticos. Algunos decían defender un escudo cuando solo alimentaban su economía. A la lamentable gestión realizada por el constructor, se unen hoy imputaciones judiciales por escenarios delictivos en su condición de empresario que no hacen sino ahondar en la percepción que la ciudadanía tiene de él. Y hoy, cuando se cumplen 82 años de la presentación del club en 1932, Jesús García Pitarch, Paco Checa, Luis Carlos Cuartero, y José Guerra, tienen el dudoso honor de seguir al frente de una nave sin rumbo ni puerto de dignidad en el que refugiarse.