Parecía que las elecciones del 21-D podían estabilizar mínimamente la situación en Cataluña. El independentismo había entrado en depresión. Los secesionistas estaban dispuestos a concurrir (divididos) a una convocatoria en la que se daba por sentada la movilización del voto unionista. Puigdemont fracasaba en su patético intento de internacionalizar el conflicto. Y todos empezábamos a considerar a Rajoy un tipo suertudo y habilidoso... a su extraña manera.

Entonces metieron en el talego a los del Govern que estaban a mano, se lanzó la orden de captura contra el expresident y la Justicia volvió a ponerle la zancadilla a la política. Los soberanistas catalanes recuperaron la motivación. La posibilidad de que configuren una candidatura unitaria (incluso con la CUP y los comunes de Colau) ganó terreno. La cita del 21-D se llenó de dudas. Finalmente se cumplió la regla de oro de este maldito juego: ambas partes trabajan para su contraria. Parece como si el PP y su fiscal general tuviesen algún retorcido interés en fomentar la independencia de Cataluña. El tema les pone. Quizás porque, mientras siga vivo en la agenda, las izquierdas solo pueden jugar para perder.

A lo largo y ancho de las Españas, la judicatura, cuyas decisiones y cuyo tempo son los que son, sustituye a los políticos, escondidos a su vez tras las togas o subordinados a ellas. Así, los partidos parecen inmovilizados justo cuando la crisis es más profunda y patente: ni uno solo de ellos ha debatido la actual situación en sus órganos amplios de dirección ni por supuesto ha consultado a su militancia. ¿Para qué? La última palabra la tiene su señoría Lamela, que se atiene a las peticiones de la Fiscalía. Normal, si tenemos en cuenta que diversas magistraturas están interviniendo ahora mismo la actividad institucional a todos los niveles, incluso el municipal (en Madrid, un juez ha paralizado la sustitución del callejero franquista). ¿Imperio de la ley? Tal vez, o quizás no exactamente. En todo caso y volviendo a Cataluña, la Audiencia Nacional va a conseguir reanimar al secesionismo. Qué bien, ¿no?