El lunes, mientras en el cementerio extremeño de Moraleja un forense exhumaba los restos del subteniente Joaquín Enrique Alvarez, Aznar se explicaba ante la comisión que investiga el atentado del 11-M en Madrid y no dejaba el más mínimo resquicio al error: antes, durante y después del atentado, su Gobierno rozó la perfección.

A pocos metros de Aznar, el que fuera su ministro de Defensa, Federico Trillo, sonreía complacido ante el orgullo descontrolado que desplegaba el expresidente. Cuando Aznar, a preguntas de Zaplana, afirmaba que los autores del atentado querían "volcar" el resultado electoral, en el pequeño cementerio cacereño la viuda y las dos hijas del subteniente Alvarez se estremecían de dolor ante la bolsa negra que acogía el cadáver número 17, el que según el protocolo turco presentaba "quemaduras en todo el cuerpo en grado de carbonización". El subteniente había sido enterrado con la identidad del cabo primero Feliciano Vegas, cuyos familiares eran también testigos dolientes de la exhumación del cuerpo que ellos creyeron suyo hasta que el del joven Feliciano fue desenterrado en un cementerio de Murcia.

El redactor de EL PERIODICO Gorka Moreno fue testigo directo de este doloroso proceso, y lo contó en estas páginas en un impecable ejercicio periodístico. Rosa, la viuda del subteniente, le confesó a Gorka que cuando desenterraron a su marido se acordó de Trillo. Pero el exministro no estaba para desentierros en ese momento, se lo estaba pasando bomba con el desparpajo de Aznar ante la comisión del 11-M.