Los estudiantes de la Post-crash economic society, de la Universidad de Manchester, han hecho público un importante manifiesto, al que se han adherido 20 universidades de cuatro continentes, en el que demandan un cambio en las enseñanzas de la economía. Las acusan de unilateralidad, de un monocultivo teórico que no ha permitido entender lo sucedido en la crisis. Su irritación acerca del estado de la ciencia económica y sus enseñanzas no es nueva ni es exclusiva. Desde el principio de la crisis han sido numerosas las críticas a una teoría económica incapaz de alertar de los riesgos acumulados, incluso desde medios anglosajones nada sospechosos de izquierdismo, como The Economist o el Financial Times.

Un ataque que procede, también, de ámbitos relevantes de los policy makers. Cabe recordar el triste lamento del presidente del BCE, Jean-Claude Trichet, cuando advertía de los errores teóricos que habían permitido la acumulación de desequilibrios. Errores acerca de la racionalidad en las decisiones de los agentes económicos, y que son nucleares en la teoría del comportamiento que se enseña en nuestras facultades. Por suerte, concluía Trichet, disponíamos de la historia económica como guía para la acción. Tampoco es casual que en Estados Unidos el presidente de la Fed que se enfrentó a la catástrofe financiera más importante desde los años 30, Ben Bernanke, fuera un experto en la historia económica de su país y, en especial, en los orígenes y efectos de la Gran Depresión. Por ello es acertada la denuncia de estos estudiantes sobre el abandono de la historia económica o del pensamiento económico en los currículos de nuestras facultades. Entre otras deficiencias, el graduado que los finaliza emerge con una visión ahistórica del proceso económico, en la que las instituciones que se contemplan nada tienen que ver con la historia de cada país.

En la larga tradición de la economía, la ausencia de preocupación teórica por la acumulación de desequilibrios financieros, la ahistoricidad de los análisis o el desprecio hacia otras ciencias sociales es relativamente nueva. Y refleja la victoria de las tesis ultraliberales en EEUU en los años 90 y su traslación a Europa, donde incluso partidos socialistas enteros acabaron rindiéndose a sus ideas. Pero en otros momentos el estudio del ciclo económico y la preocupación por la historia económica o por los efectos de las burbujas de crédito formaba parte del currículo académico de nuestras facultades. Solamente hay que recordar el famoso texto de Charles Kindleberger Manías, pánicos y cracs, publicado ¡en 1978! y donde se advertía de las negativas consecuencias de expansiones apalancadas sobre el crédito.

Lo sorprendente de toda esta debacle no es solo el fracaso de teorías centrales de la economía. Lo es también la ausencia de autocrítica de los economistas en la generación de la crisis. Nuestras escuelas de negocios están entre las mejores en el mundo, y algunas de las facultades de economía españolas destacan por una producción científica excepcional. Pero han sido incapaces de ofrecer una respuesta adecuada a una sociedad que ha contemplado atónita que las recetas que se enseñaban nos conducían a un desastre social de proporciones bíblicas. No conozco ninguna profesión --y piensen en ingenieros o médicos-- que pudiera mantenerse tan impávida como la nuestra ante el fracaso de sus diagnósticos y las terribles consecuencias sociales generadas.

POR SUERTE, está emergiendo una visión en la que el desequilibrio es la norma, como muestra la concesión del premio Nobel a Robert Schiller. Pero las enseñanzas de esta crisis van más allá de la inestabilidad financiera. Como afirma el futuro economista jefe del Banco de Inglaterra, Andy Haldane, que ha prologado el manifiesto, hay que conocer el pasado para entender el presente, el eclecticismo metodológico debe ser la norma en economía y es obligado el conocimiento de la economía política, de las instituciones y del funcionamiento del sistema financiero.

Comparto su análisis. La pretensión de una ciencia económica universal capaz de explicar todos los procesos es, simplemente, falsa. Lastimosamente para las pretensiones de la corriente dominante en economía, el conocimiento de la historia, de los intereses de grupo o de las instituciones que resultan de esos conflictivos intereses es crítico para comprender lo que nos ha pasado, dónde estamos y hacia dónde nos dirigimos. ¿Rebelión en las aulas? Bienvenida sea. Pero no sean ilusos. Ya Karl Popper demostró que los paradigmas dominantes solo son reemplazados en el largo plazo, y por la sustitución de las viejas generaciones. Volveremos a tropezar con la misma piedra.

Catedrático de Economía Aplicada