El PSOE ha lanzado algunas propuestas para que veamos que puede convertirse en un PP con matices, mayormente en el vestuario. El PSOE no quiere que lo confundamos con Lula. Aunque Lula tampoco quiere que lo confundan con él mismo. Es lo bueno de la doctrina única, que ya no hay que pensar. Estabulada la economía, el PSOE tiene que convencer al electorado de que es un PP con otras caras. El PSOE debe convencernos de que si vuelve al poder va a hacer algún cambio para que todo siga igual. Un cambio de estilo. Un cambio en los presentadores de las teles, etc. Quizá bastaría con cambiarles el peinado. Sabe que si flirtea con la heterodoxia en lo económico, se hunde. Ahora sólo hay un modelo, y hasta que se pase esta moda hay que estar dentro del canon. La moda se pasará cuando toque, pero aún falta. Tiene que prometer algo a los funcionarios, que son la clave del vuelco, prometer y firmarlo ante el nuncio. Al PP se le nota una cierta fatiga, ese cansancio del éxito, ansia de cambiar de cónyuge. A Rajoy se le nota demasiado que lo que le apetece es sentarse a echar la siesta con un buen puro. Y que no le den la brasa. Y esa pachorra rajoyesca puede darle muchos votos porque simboliza el momento virtual de España, un dolce far niente sobre el falso déficit cero (falso porque las autonomías y los ayuntamientos están endeudados, y también son estado, y los servicios públicos funcionan por inercia, con un deterioro progresivo, como explicaba Trasobares el lunes). Dolce far niente de España y los andamios llenos de emigrantes. Zapatero ha de prometer subir los sueldos a sus millones de funcionarios, incluyendo a los autonómicos (un plus estatal, etc.). Ha de prometer suculentas rebajas en el impuesto de matriculación de vehículos, eliminar ese impuesto para los jóvenes (hasta los 40 años), que así se revalorizan (ambos). Tira más un coche que dos carretas. El PSOE ha de convencer al votante de que es un PP morigerado y que funciona con disciplina militar, como el resto del Imperio. Zapatero debe comportarse como si ya hubiera ganado, como un Rajoy juvenil (Rajoy ya era así de joven). En ese sentido no le benefician los exabruptos del presidente de Extremadura, que está siempre enfurruñado. El perfil ideal para este tempo lo da Marcelino Iglesias, que administra el silencio con el breviario de Gracián.

*Periodista y escritor