En estos poco más de dos meses, hemos visto los primeros efectos de una crisis sanitaria, económica y social de consecuencias devastadoras. Una crisis que profundiza en la que comenzó en el 2008 y que muestra la desigualdad estructural de un sistema que convierte la precariedad en su ingrediente básico. Pero también creo, y veo, que algo ha cambiado, al menos en algunas personas: al sentir la necesidad de volver a la naturaleza, a disfrutar de lo pequeño, de lo cotidiano, lo local, de los detalles que nos cuidan y nos permiten cuidar al otro.

Todo lo que digamos en relación a tasas de paro, incremento de la pobreza y de las desigualdades, pérdidas de vivienda, aumento de los desahucios, chabolismo, abandono escolar, etc., se va a quedar irremediablemente corto y caduco, ante una crisis de inéditas consecuencias.

En el transcurso de este tiempo, hemos podido comprobar qué es lo verdaderamente imprescindible para nuestras vidas. Qué tareas y colectivos son esenciales para el sostenimiento de lo más básico, para nuestra supervivencia: sanitarias, cajeras, limpiadoras, transportistas, recolectoras…

Hemos sido más conscientes, si cabe, del impacto de género que tiene esta situación. Son las mujeres las que llevan la sobrecarga del trabajo sanitario y de servicios esenciales, las que mayoritariamente realizan las tareas de cuidados, las que sufren mayor precariedad y pobreza laboral, y un aumento del riesgo de violencia contra ellas. ¿Vamos a sacar algo de todo esto?

Hemos comprendido la importancia de unos servicios públicos fuertes de sanidad, educación, servicios sociales, dependencia, etc., para darnos una respuesta que el mercado y su lógica de beneficio no tienen.

Hemos visto cómo, allí donde los servicios públicos no han sabido llegar, ha surgido el cuidado comunitario. Y de este reconocimiento de nuestra fragilidad e interdependencia es de donde surge nuestra fortaleza para construir comunidades cohesionadas, que prioricen el bien común y aseguren la sostenibilidad de la vida.

Ya no vale el sálvese quien pueda. No es posible entender la salud individual sin considerar la colectiva y no es posible entender esta sin tener en cuenta el medio ambiente en el que se inscribe. La defensa de la ciudad consolidada y sus barrios, del comercio de proximidad, del urbanismo y la movilidad pensados para las personas y no para los coches muestran de lleno su importancia en la situación actual. Porque es el momento de valorar nuestro impacto en el medioambiente y los límites en nuestra relación con el planeta. El coronavirus ha puesto de manifiesto la gran fragilidad de nuestros sistemas basados en el lucro, el crecimiento y el consumo ilimitado de recursos. Un modelo que ataca, de forma directa, a la vida.

Es necesario y urgente el desarrollo de políticas públicas locales que tengan como referencia estas realidades y que tengan clara una cosa: la economía debe estar al servicio de las personas.

Hace apenas un año, cuando desde Zaragoza en Común presentamos nuestro programa para revalidar el gobierno, hablamos de construir «una ciudad feminista, abierta, ecologista, que cuida de sus barrios y defiende los derechos sociales de todas las personas. Una ciudad donde la vivienda, la educación, la cultura y la salud sean derechos garantizados y no privilegios. Una ciudad que garantiza procesos de participación ciudadana y que tiene la transparencia como sello de identidad de una gobernanza al servicio de las personas. Una Zaragoza que valora su medio natural, su huerta de cercanía, que vela por los servicios municipales, la calidad del aire y el agua. Con políticas energéticas y de movilidad sostenibles…»

Este es nuestro modelo de ciudad. Hoy, más que nunca, la crisis a la que nos enfrentamos nos señala que aquello que soñábamos en construir es aún más vigente y necesario; que solo desarrollando políticas que pongan la vida en el centro podremos dar respuesta a la actual situación.

Las ciudades y sus barrios son el espacio en el que se manifiestan de manera más cruda las dinámicas globales. Es también donde podemos poner en marcha políticas para el cambio que, desde la cercanía y la proximidad, den respuesta a las verdaderas necesidades que hemos vuelto a descubrir.

*Exalcalde de Zaragoza y portavoz de Zaragoza en Común